domingo, 14 de abril de 2019

Seamus Heaney


 Viendo visiones


I
Inishbofin un domingo por la mañana.
Luz del sol, turba humeante, gaviotas, embarcadero, diesel.
Uno por uno, nos hicieron descender
Hasta un barco que, asustadizo, se sumía
Y vacilaba y vacilaba. Nos sentamos pegaditos
En bancas cortas cruzadas, de dos en dos y tres en tres,
Nerviosos, dóciles, en cercanía reciente; nadie hablaba
Más que los barqueros, conforme se hundían las bordas
Amenazando con zarpar de un momento a otro.
El mar estaba en gran calma, y aun así,
Cuando la fuerza del motor hizo al barquero
Ladearse en busca de equilibrio y tomar la caña del timón,
Me horrorizó la rápida respuesta y pesadez
De la propia embarcación. La falta de garantía
—Ese fluir y flotar y navegar—
Me mantuvo agonizante. Todo el tiempo,
Al ir surcando llanamente por las aguas
Profundas, quietas, visibles a fondo,
Era como si estuviese mirando desde otro barco,
Surcando por los aires, allá arriba, percatándome
De la amplitud del viaje en la luz de la mañana,
Y el vano amor por estas cabezas al desnudo, inclinadas,
numeradas.


II
Claritas. La palabra latina de ojo seco
Es perfecta para la piedra labrada del agua
Donde Jesús se yergue sobre sus rodillas secas
Y Juan el Bautista le derrama aún más agua
Sobre la cabeza: todo esto, bajo el brillo solar
Que baña la fachada de una catedral. Líneas
Fuertes y delicadas y sinuosas representan
El caudal del río. Abajo, entre esas líneas,
Pececillos traviesos en movimiento. Nada más.
Sin embargo, con todo y esa visibilidad cabal,
Bulle en la piedra la vida de lo invisible:
Hierbas flotantes, granos de arena en carrera,
La ensombrecida corriente sin sombra.
El calor ondeó por los escalones toda la tarde
Y el aire que, de pie, teníamos enfrente, ondeaba
Por la vida como aquel jeroglífico zigzagueante.


III
Érase una vez que mi padre, sin ahogarse,
Llegó caminando hasta el patio. Había ido
A regar papas en un terreno a las márgenes del río,
Y no quiso llevarme. Según él, el rociador
Era demasiado grande y moderno, el desinfectante
Me haría daño a los ojos, el caballo estaba fresco,
Yo podría espantarlo, y demás. Me puse a arrojarle
Piedras a un pájaro desde el tejado del cobertizo,
Más que nada por el ruido que hacían al caer.
Pero cuando regresó, yo estaba adentro de la casa
Y lo vi por la ventana, los ojos desorbitados
Y llenos de temor, qué raro se veía sin su sombrero.
Perdido el rumbo; su espectralidad, inmanente.
Al dar la vuelta por las márgenes del río,
El caballo, aturdido, se había encabritado
Arrojando carreta, rociador, todo fuera de equilibrio,
Así que el aparejo entero cayó en un profundo
Remolino, cascos, cadenas, ejes, ruedas, barril
Y enseres, todo desplomábase del mundo,
Mientras el sombrero, feliz, se deslizaba ya
Por las corrientes más tranquilas. Esa tarde
Lo miré a los ojos, vino a mí desde aquel río,
Con las plantas húmedas,
Y no hubo nada entre ambos ahí que no pudiera
Seguir siendo feliz para siempre jamás.



Versión de Pura López Colomé



Seeing Things


I
Inishbofin on a Sunday morning.
Sunlight, turfsmoke, seagulls, boatslip, diesel.
One by one we were being handed down
Into a boat that dipped and shilly-shallied
Scaresomely every time. We sat tight
On short cross-benches, in nervous twos and threes,
Obedient, newly close, nobody speaking
Except the boatmen, as the gunwales sank
And seemed they might ship water any minute.
The sea was very calm but even so,
When the engine kicked and our ferryman
Swayed for balance, reaching for the tiller,
I panicked at the shiftiness and heft
Of the craft itself. What guaranteed us –
That quick response and buoyancy and swim –
Kept me in agony. All the time
As we went sailing evenly across
The deep, still, seeable-down-into water,
It was as if I looked from another boat
Sailing through the air, far up, and could see
How riskily we fared into the morning,
And loved in vain our bare, bowed, numbered heads.


II
Claritas. The dry-eyed Latin word
Is perfect for the carved stone of the water
Where Jesus stands up to his unwet knees
And John the Baptist pours out more water
Over his head: all this in bright sunlight
On the facade of a cathedral. Lines
Hard and thin and sinuous represent
The flowing river. Down between the lines
Little antic fish are all go. Nothing else.
And yet in that utter visibility
The stone’s alive with what’s invisible:
Waterweed, stirred sand-grains hurrying off,
The shadowy, unshadowed stream itself.
All afternoon, heat wavered on the steps
And the air we stood up to our eyes in wavered
Like the zig-zag hieroglyph for life itself.


III
Once upon a time my undrowned father
Walked into our yard. He had gone to spray
Potatoes in a field on the riverbank
And wouldn’t bring me with him. The horse-sprayer
Was too big and new-fangled, bluestone might
Burn me in the eyes, the horse was fresh, I
Might scare the horse, and so on. I threw stones
At a bird on the shed roof, as much for
The clatter of the stones as anything,
But when he came back, I was inside the house
And saw him out the window, scatter-eyed
And daunted, strange without his hat,
His step unguided, his ghosthood immanent.
When he was turning on the riverbank,
The horse had rusted and reared up and pitched
Cart and sprayer and everything off balance
Si the whole rig went over into a deep
Whirlpool, hoofs, chains, shafts, cartwheels, barrel
And tackle, all tumbling off the world,
And the hat already merrily swept along
The quieter reaches. That afternoon
I saw him face to face, he came to me
With his damp footprints out of the river,
And there was nothing between us there
That might not still be happily ever after.



(Fuente: Biblioteca Ignoria)

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