viernes, 28 de diciembre de 2018

Ruth Fainlight ( Nueva York, 1931)






La medialuna

Mi barra de crema de cacao se ha gastado
hasta formar la misma medialuna
que fue lo primero que advertí
sobre el lápiz labial de mi madre.
Marcaba la presión de su existencia
sobre el mundo de la materia.

Imaginen la severa fijeza
de mi mirada, observándola untar
la brillante grasa sobre sus labios
desde un tubo lustroso como una bala.
La forma en que ella la alisaba
con la punta del meñique
(la traza que dejaba, aun luego
de lavarse las manos, explicaba
lo de “dedito rosado”) y su lengua puntiaguda
lamiendo como la de un gatito,
fascinaba, irritaba.

Era parte del misterio de
los sostenes, las polleras y las carteras
cuyo significado era ser adulto. Yo pensaba
que a mis propios talones les tendría que salir
una suerte de espolón que se insertara
en el agujero interior de los tacos altos.

Ahora estoy más tranquila y ya no
me pinto los labios salvo con esto,
pálido como un cadáver kosher
o una vela votiva,
la cera cuajada por un costado,
como si enfrentara al viento
que sopla desde el pasado, llama
reflejada como una luna creciente
contra una nube
en el estanque de luz derretida.

Porto el signo de la luna
y mi madre, un talismán
en un pequeño tubo de plástico
dentro de mi cartera, una reliquia santa
fundida por los besos
de los creyentes, y cada vez
que me suavizo los labios con el ungüento
los siento fruncirse y estirarse
en la eterna sonrisa
de su sobrevivencia a través de mí,
siento su boca sobre la mía.




Traducción Mirko Lauer


(Fuente:  Caína bella blog) 

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