lunes, 2 de abril de 2018

Gustavo Caso Rosendi (Argentina, 1962)

Curriculum- epitaphium


Nació y murió. Antes de esto último,
escribió bastante. Hizo barquitos y aviones.
Y grullas.
Publicó poco. Le pareció que no era
demasiado importante andar aclarando
qué ni dónde ni cuándo.
Obtuvo una cucarda en la Sociedad Rural
de Escritores Capitales que lo avergonzó de por vida.
No quiso figurar como ingrediente de ensalada
en ninguna antología. No se sintió invitado
a ningún encuentro festivo.
Sus poemas fueron traducidos al mudo.
Miró al sol. Miró a la luna. Muchas veces.
Amó y odió a este mundo, como todos.
Y nada más.




ARIEL, EL DE LA MURGA


El del tiro cerca del ojo.
No el León de Dios.
Ariel, el villero.
Sin más poder que su alegría.
No el jabón para lavar.
Ariel, sin lavarropas.
El miedo de Ariel,
las sacudidas. El ruido.
Ariel ensangrentado.
País banderín. Sucio.
Muy sucio. Ariel,
el enemigo número uno del Estado.
El narcotraficante.
Ariel, el morochito de ocho años.



Me vino un olor como a
Mis Ladrillos. Esos rectángulos
de goma que iban encastrándose
unos a otros hasta formar
una vivienda. Y el techito ese,
de cartón verde, para coronar
la construcción. Un hogar
era el fin. Y no el fin
de un hogar.
Pero todas esas casitas
se fueron desarmando
a medida que la gente
se iba. O se iba muriendo
(bueno, de alguna manera
se iban). O antes
de que se vayan.
Era como si ese juego
nos estuviera preparando
para otra cosa. Para el viento;
o para el cuento de Los tres chanchitos
que leeríamos más tarde. Como si
todo se armara y como si todo
de alguna manera se amara
en base al miedo; a alguna
especie de lobo que habitaba
dentro de nosotros.


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