La acacia rosada
Soy persistente, igual que la acacia rosada, una vez que la dejan entrar en el jardín es muy difícil deshacerse de ella. Si se la arranca de la tierra, y queda una raíz por mínima que sea, vuelve a brotar. Pensarme en esos términos resulta halagador. Y también es risible. Es una flor modesta, parecida a la arvejilla de olor, que no se puede menos que admirar, hasta que sus costumbres se vuelven conocidas. ¿No somos todos un poquito así? Sería demasiado si la gente se entrometiera en las minucias de nuestra vida privada. No es que tengamos nada que ocultar, ¿pero podrían ellos soportarlo? Por supuesto, le gustaría al mundo presenciar cómo hacemos el ridículo. La pregunta es si ellos serían generosos con nosotros como nosotros hemos sido antes con otros. Es, como decía antes, una flor increíblemente resistente si se la ataca. De no hacerle caso, se convierte en un árbol. Ojalá yo pudiera pensar eso de mí y de lo que después ocurrirá conmigo. El poeta, ¿qué piensa de sí mismo cuando se enfrenta con su mundo? No basta con decir, como acostumbra: Nada importante, puesto que el poema se vería con eso traicionado. Podría responder aquello de “una rosa es una rosa es una rosa”, y concluir con eso. Es verdad que una rosa es una rosa, y el poema se iguala con la rosa, si acaso está bien hecho. El poeta no puede hablar mal de sí mismo sin hablar a la vez mal del poema, lo cual sería ridículo. No hay mayor recompensa en esta vida. Y así, como esta flor, persisto, por si acaso obtengo algo con ello. Yo no soy, ya lo sé, en la galaxia de los poetas una rosa, pero quién me podría negar un lugarcito
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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