Omar Lara y Gabriela Capraroiu, destacadísimos traductores del rumano al español, nos presentan generosamente, a continuación, una selección representativa de un referente irrenunciable de la poesía rumana del siglo XX, Lucian Blaga (1895-1961). Fue poeta, filósofo y dramaturgo.
Traducción de Omar Lara y Gabriela Capraroiu
Yo no aplasto la corola de milagros del mundo
Yo no aplasto la corola de milagros del mundo
y no destruyo con mi pensamiento
los misterios que en mi camino encuentro
en flores, en ojos, sobre labios o tumbas.
Otros con su inteligencia
ahogan el encanto de lo impenetrable, de lo escondido
en los abismos oscuros,
mas yo con mi luz acreciento el misterio del mundo;
y así como la luna con sus rayos brillantes
no disminuye, sino temblorosa
extiende aún más el secreto de la noche,
así yo enriquezco el sombrío horizonte
con amplios estremecimientos de sagrado misterio;
y todo lo que es incomprensible
se torna aún más incomprensible
bajo mis ojos
pues así yo amo
flores y ojos y labios y tumbas.
La tierra
Nos tendimos de espaldas en la hierba: tú y yo.
El aire derretido cual cera bajo el ardor del sol
corría como un río sobre los rastrojos.
Un silencio abrumador imperaba en la tierra
y una pregunta cayó en mi alma
hasta el fondo.
¿Nada tenía que decirme
la tierra? Toda esta tierra,
de anchura despiadada y cruelmente muda,
¿nada?
Para escuchar mejor pegué
mi oído a los campos, vacilante y sumiso
y por debajo de la tierra escuché
el latir bullicioso de tu corazón.
La tierra respondía.
Silencio
Hay tanto silencio alrededor que me parece oír
cómo se estrellan los rayos de luna en los cristales.
En el pecho
una voz extraña ha despertado
y una canción canta en mí ajenas añoranzas.
Se cuenta que los antepasados muertos antes de tiempo,
con sangre todavía joven en las venas,
con pasiones intensas en la sangre,
con sol palpitante en las pasiones
retornan,
retornan para continuar
en nosotros
la vida no vivida.
Hay tanto silencio alrededor que me parece oír
cómo se estrellan los rayos de luna en los cristales.
Oh, ¿quién sabe, alma mía, en qué pecho cantarás
también tú más allá de los tiempos
-en las dulces cuerdas del silencio,
en arpas de oscuridad – la nostalgia ahogada
y la rota alegría de vivir? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe?
Pan
Cubierto de hojas mustias yace Pan sobre una roca.
Está ciego y es viejo.
Sus pies son pedernal,
en vano intenta parpadear aún,
pues sus ojos se cerraron –como los caracoles- durante el invierno.
Cálidas gotas de rocío le caen sobre los labios:
una,
dos,
tres,
la naturaleza abreva a su dios.
¡Oh, Pan!
Veo como estira la mano y coge una rama
y palpa
con suaves caricias los brotes.
Un cordero se acerca por entre las matas.
El ciego lo escucha y sonríe,
pues no tiene Pan mayor alegría
que la de tomar suavemente entre sus palmas
la cabeza de los corderitos
y buscar sus jóvenes cuernos bajo los blandos botones de lana.
Silencio.
A su alrededor las cuevas bostezan soñolientas
y le contagian también a él su bostezo.
Se despereza y dice:
“las gotas de rocío son grandes y cálidas,
los cuernos asoman
y los brotes son plenos.
¿Será la primavera?
La muerte de Pan
I
PAN A LA NINFA
Con ajomate en los cabellos asomas de los juncos,
una onda
quiere abrazarte y arenas van a hervir.
Como de una invisible ánfora redonda
viertes tu esbelto cuerpo desnudo en la hierba.
En las sienes las venas me palpitan
cual papo de un lagarto perezoso
que bajo el sol se tuesta,
un movimiento me susurra rumor de manantiales.
Como al caliente pan te partiría yo,
tu movimiento me trae dulces momentos a la sangre.
Las arenas van a empezar a hervir.
¡Verano,
sol,
hierba!
II
EL DIOS ESPERA
En los rastrojos juegan
ratones y terneros,
y las parras
Sostienen en las palmas
ranitas verdes.
Con un diente de león
entre los labios
espero
su llegada.
No deseo sino
pasar mis limpios
dedos abiertos
por su cabello,
por su cabello
y luego de las nubes
recoger
como de una madeja
los rayos, así como en otoño
se recogen del aire
telarañas.
III
LA SOMBRA
Pan rompe panales
a la sombra del nogal.
Está triste:
proliferan monasterios en los bosques
y le molesta el brillo de una cruz.
Vuelan a su alrededor los vencejos
y las hojas del olmo
interpretan las ánimas.
Bajo la campana de queda Pan está triste.
Por un caminito pasa la sombra
color luna
de Cristo.
IV
PAN CANTA
Estoy solo y estoy lleno de cardos.
Alguna vez fui dueño de un cielo constelado
y a los mundos
yo les tocaba el caramillo.
La nada tensa su cuerda.
Hoy en mi gruta no penetra
ningún extraño,
sólo las salamandras abigarradas vienen
y a veces:
la luna.
V
LA ARAÑA
Ahuyentado por las cruces sembradas en los caminos
Pan
se escondió en una cueva.
Los rayos inquietos se agolpaban
y se empujaban con los codos para llegar a él.
Compañeros no tenía,
sólo una araña solitaria.
La pequeña fisgona había tejido una red de seda
en su oreja
y Pan, amable por naturaleza,
cazaba mosquitos para la última amiga que le había quedado.
Pasaban a todo correr otoños con estrellas fugaces.
Alguna vez el dios tallaba
una flauta en una varilla de saúco.
La bicharraca enana
paseaba por su palma
y en los chispazos de madera podrida
Pan descubrió con asombro
que su amiga llevaba en la espalda una cruz.
Inmóvil y sin habla se quedó el viejo dios
en la noche con estrellas fugaces
y afligido se sobresaltó:
la araña se ha cristianizado.
Al tercer día cerró el féretro de los ojos de fuego.
Estaba protegido por la escarcha
y descendía el crepúsculo de las ánimas.
Inconcluso quedó el caramillo de saúco.
A los lectores
Esta es mi casa. Allá el sol, el jardín y las colmenas.
Pasáis por el camino, miráis por las rejas del portón
y esperáis mis palabras. ¿Cómo empezar?
Creed, creedme,
mucho se puede hablar de tantas cosas:
del destino y la serpiente del bien,
de los arcángeles que roturan la tierra
en los huertos del hombre,
del cielo hacia donde crecemos,
del odio y la caída, de la tristeza y las crucifixiones
y, sobre todo, del gran tránsito.
Mas las palabras son lágrimas de quienes, deseándolo,
no pudieron llorar como quisieron.
Amargas son, amargas todas las palabras,
por eso,
dejadme pasar entre vosotros, mudo,
salir a vuestro encuentro con los ojos cerrados.
Heráclito junto al lago
Junto a las verdes aguas se encuentran los senderos.
Hay silencios aquí, pesados silencios abandonados por el hombre.
Calla perro, que husmeas el viento con la nariz, calla.
No ahuyentes los recuerdos que llegan
llorando a enterrar los rostros en su propia ceniza.
Apoyado en los troncos adivino mi suerte
en la palma de una hoja otoñal.
Tiempo, cuando quieres emprender el camino más corto
¿por dónde te encaminas?
Mis pasos resuenan en la sombra
como si fueran unos frutos podridos
que caen de un árbol invisible.
¡Oh, cómo enronqueció de vejez la voz del manantial!
Toda mano que se alza
es una duda más, sólo eso.
Los dolores insisten
hacia el misterio oculto de la tierra.
Arrojo espinas desde la orilla al lago,
con ellas en círculos me deshago.
(Fuente: Círculo de poesía.com)
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