“La enunciación acerca la frecuencia
equivalente al objeto deseado” decías
y podíamos salirnos por un rato del
sillón y hacer la caminata alrededor
de las ranas blancas. Y hablar más
cierta pomposa comicidad como si
el movimiento de nuestras carnes de
40 precisara de estos lentos dramatismos:
“Acordemos que había lo blanco, sí,
pero eso blanco no era de la naturaleza
de las ranas, sino del magnífico salto
que efectuaban y que siempre conseguía
volver blancas las cosas”. Te dije
después que parecíamos un pulido
desordenado de estrellas en cuya
flotación se produce imprevistamente
el loco pie de un lenguaje que resbala
para salirse de las infinitas cosas blancas.
Nuestros espíritus de 20 son ahora esas
ranas. La penumbra en la caminata
fue una voz discreta que ocupaba el
espacio alucinado de unas flores.
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