viernes, 31 de enero de 2020

Wafi Salih (Venezuela, 1965)


PRONUNCIAMOS EL LATIDO


¿Dime qué batalla
falta en las entrañas
sin Dios de la demencia?
Soles
embriagados
de noche
Enfilan
 hacia otro infierno
 el infierno
Vida
 llegas de vivir
tan lejos
Agrietas
el pecho de la luz
sin nadie.



PLEGARIA


¿Cuántas tumbas hay en el pecho de Dios?
Beirut
deshoja el lenguaje
de la tarde
en el humo
del café
Allí
Soles embriagados de más cielo
Abona
mi silencio
todo lo que se fue
Ancho camino de latidos
donde la hora no muere
Permanece algo
paralelo a la noche.
                                                        (CON EL íNDICE DE UNA LÁGRIMA)




                  He negado mi destino. Plegaria en vuelo, la arena, rasga  las vocales de  la fe,  arrodilladas  en la  sangre. Vértice de un infierno blanco, velo de seda, sacude las cimitarras.
                     Ramo de estrellas en discordia, poblándome el pecho.
                    No sé qué maldición sobre la roca astillada de mi vida, calcina transparencias.
                    Esto que fui, intacto en las paredes aéreas de los siglos brota más allá de la voz, en la noche que jamás termina. Desmorona entre nosotros, espacios sin piel como el insomnio. Soles líquidos sobre las dunas del Golán.
              Recoge Israel, sobre las líneas de mi mano,  el  cuerpo del Líbano en tus muertos.
                                                                                                    (El Dios de las Dunas)



                                 Atemporales los muertos, la brusca ternura de su presencia ida, golpea en el pecho, similar a un Sultán cuando hinca en el lomo blanco de su corcel las espuelas.
                                              Exceso de espesura sobrevive de ellos. Quietud ilimitada, copia el tormento en las ramas de sol. Ritual silencioso de la amargura.
                                              1973. ¿Ha muerto quién dentro de mí?  El desierto tenía la tez húmeda de pólvora, comparable a la grandeza ostentosa de un Califato. Deshace esta tarde de esfiges traídas en el paisaje litúrgico del agua, el simple acto de vivir.  Allí dibuja la borra del café, serpientes de triunfo, en el semblante de ángeles sin reino.
                                             Himnos del país inmolado por las arañas del alba, espejo ausente del devenir, pudre la luz, y el ver una rara propiedad de las arterias, proyecta este otro país sustituido por sus sombras.
                                                                                                      (El Dios de las Dunas)

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