Tropezar, trabarse
es necesario
para despertar a la
lengua
de su sopor.
Pero el balbuceo no
basta
y aunque hace menos
ruido
también él está
descompuesto. Así,
es necesario
resignarse
a una media habla.
Cierta vez
alguien habló por
entero
y fue
incomprensible. Cierto,
creía ser el último
hablante. En cambio
ha sucedido
que todos hablan
todavía
y el mundo
desde entonces está
mudo.
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