jueves, 15 de marzo de 2018

Denise Levertov


AL LECTOR


Mientras leés, un oso polar plácidamente
orina y tiñe
la nieve de azafrán;
mientras leés, algunos dioses
se acuestan entre hiedras: sus ojos de obsidiana
están mirando las generaciones de hojas;
mientras leés, el mar
está pasando sus páginas oscuras,
pasando
sus páginas oscuras.


TO THE READER

        As you read, a white bear leisurely
        pees, dyeing the snow
        saffron,
        and as you read, many gods
        lie among lianas: eyes of obsidian
        are watching the generations of leaves,
        and as you read
        the sea is turning its dark pages,
        turning
        its dark pages.




CONTRABANDO

El árbol del conocimiento era el de la razón.
Por eso es que probar de él
nos arrojó del Paraíso. Lo que había que hacer con ese fruto
era secarlo y molerlo hasta obtener un polvo fino,
para después usarlo de a una pizca por vez, igual que un condimento.
Probablemente Dios tenía planeado mencionarnos más tarde
este nuevo placer.
Nos lo comimos hasta atragantarnos,
llenándonos la boca de pero, cómo y si,
y de pero otra vez, sin saber lo que hacíamos.
Es tóxico, en grandes cantidades: sobre nuestras cabezas
y en torno de nosotros el humo se arremolinó,
para formar una compacta nube que se fue endureciendo
hasta hacerse de acero: un muro entre nosotros
y Dios, que era el Paraíso.
No es que Dios no sea razonable; pasa que la razón
en tal exceso era una tiranía,
y nos aprisionó en sus propios límites, un calabozo de metal pulido
que reflejaba nuestros propios rostros. Dios vive
al otro lado de ese espejo,
pero a través de la rendija en donde el cerco
no llega justo al piso, logra colarse al fin:
como una luz filtrada, como chispas de fuego,
como una música que se oye, cesa de pronto
y, de repente, se hace audible de nuevo.


CONTRABAND

The tree of knowledge was the tree of reason.
That’s why the taste of it
drove us from Eden. That fruit
was meant to be dried and milled to a fine powder
for use a pinch at a time, a condiment.
God had probably planned to tell us later
about this new pleasure.
We stuffed our mouths full of it,
gorged on but and if and how and again
but, knowing no better.
It’s toxic in large quantities; fumes
swirled in our heads and around us
to form a dense cloud that hardened to steel,
a wall between us and God, Who was Paradise.
Not that God is unreasonable – but reason
in such excess was tyranny
and locked us into its own limits, a polished cell
reflecting our own faces. God lives
on the other side of that mirror,
but through the slit where the barrier doesn’t
quite touch ground, manages still
to squeeze in – as filtered light,
splinters of fire, a strain of music heard
then lost, then heard again.

No hay comentarios:

Publicar un comentario