lunes, 30 de septiembre de 2024

Roberto Raschella (Buenos Aires, 1930)*

 


Poema
 
 

Y fuera del tiempo, hay fiesta.
Ellos buscan sus cadáveres, ese tiempo.
La mujer en clausura
baja a los blancos patios.
Los espantajos no quieren levantarse, y se levantan.
En la brisa, en la líquida quietud,
un texto eterno el orden de la luz,
el grado de tristeza sobre la pestada sangre.
¿Por qué ocultaste hoy el temor al lamento?
Bulto de fabulosa Límina, bulto pleno
de un hombre solo. El hueso regresa al borboteo perdido.
Necesito la claridad de la sinovia estéril,
sus infi nitas variaciones, el arcano
de bisabuelos, que ya no tienen nombres.
Y rueda el sonido, la sanguina lenta.
Los coloquios mudos, las caricias de mente.
Atados, atados. Mi espejo carnal,
una desnuda paz de abandono.
El naranjo es hondo, la alegría ha muerto.
Ángeles arruinados se acuestan y arrastran
a siglos malados, a un rubio cafarnaum de pasiones,
a una ceguera violenta. El riacho corre,
el común telar está deshecho, yemas de ocaso
amenazante. Regular, asidua, entre ruinas,
la exhalación de las madres. Sentir frío, ser cubierto.
La duda que empieza y es silencio.
[Nos reconocemos. Ni siquiera entiendes la extrañeza
–¿pero no es así más extraño?–:
el pez nuevo y claro de la feria ignota. En los hornos,
junto al espíritu de las semillas]
Resplandecían las mañanas caprinas,
los ópalos de silbidos en las campañas.
La malva no envejece sobre los muros,
sobre los pálidos oráculos. El espectro se hunde por el
catarrato.
Un mismo silencio, de desesperados; el círculo se interrumpe.
Las plantas despilfarran vida:
suelo de octubre es, madre. Tus gufos llegan
a la ciudad destruida. Persiguen trópicos marinos y carnados.
Hilan tejidos secretos y un hastiado escribir,
resurrecciones, lejanas. [Sonaba el gloria en el harmonio,
y voces de campesinos oscurecidos, piedras lanzadas que
ensordecen de odio. Después granaba la tarde, la plaza,
los hombres, y saturados olivares desangraban]
Roen graves.
Descubrimos la verdad, la nada
de siempre por siempre. Apenas he vivido las leyendas.
Y alguien confi nado recoge la obstinada pobreza.
Meditar no es hacer.
 
Hay un trigo batido, y un ocre,
y la niebla que cierra. La consangre.
Piénsanos, madre, hasta el alba final.
//
 
De La casa encontrada, poesía reunida, 1979-2010, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

(*) Poeta, novelista, ensayista, guionista, crítico de cine y traductor.

 

(Fuente: Cecilia Pontorno)

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