ejercicio de polifonía
Un día mi padre me llevó a ver el tren.
Lengua perfecta el sol
sobre los rieles
perdidos al infinito
sin comienzo ni fin.
Entre las piedras
saltaba el colibrí,
la dulce víbora
con su rastro de húmeda corchea.
¿Raíces había?
Cactus había,
salvajes tunas inalcanzables
sacudidas por lagartos polvorientos
y después capturados
para mí.
"Observa la independencia de su cola trunchada
la armonía funcional de las uñas
el sentido jeroglífico de sus escamas.
Así es el mundo
al alcance de la mano
y erróneamente descifrable."
Pero de raíces
ni el recuerdo.
Carecemos.
Carecemos.
Fuera del cuerpo que nos abriga
que puede acariciarse torpemente
ninguna tierra pasta.
Arriba
todas las nubes del pensamiento abajo
pedruscos en el zapato.
Pero el tren, ¿lo viste?
Tu padre, ¿qué te dijo?
Nada Nadie
Sólo el morado de las viñas
resplandecía
al sacudir mil veces
el pequeño pie
y con exactos gestos
librar de escombros la carne idolatrada
mientras pasaba el humo
encegueciendo la memoria
y pasaba
la mancha de las ventanillas
con todos sus ojos espiando el mar
que en algún lugar se prometía
en el salitre airoso
y el silbido
que era largo
y todavía en mi canta
esbelto el tallo
ondulante de forma
Nunca más volví a ver un tren
en mi vida.
Emma Gunst
(Fuente: La comparecencia infinita)
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