miércoles, 15 de mayo de 2024

Mario Nosotti (Buenos Aires, 1966)

 

LA MALDAD DE ESCRIBIR
 
 

La maldad de escribir
Ana Cristina César
están en ese árbol y esta mano
 
La maldad de escribir es empeñarse
en unir lo que está separado
o al revés poco importa
 
La maldad de escribir está en esa
insistencia jamás solicitada
que te lleva la vida y te devuelve
algo que desconocés 
 
La maldad de escribir
resplandece en tus guantes de gamuza
en tus lentes oscuros
el poema colgado de un cordel
 
La maldad de escribir es seguir ese mar
que aparece en la foto
cerrarse a los llamados
y observar de reojo
cómo transpira el vaso de cerveza
antes de que se escurra en lo real
 
La maldad de escribir está en desenvolver
el regalo que nadie te pidió que no querías
un cuchillo dorado que ahora
te abre el pecho
y te obliga a cantar 
 
/
(*)
Mario Nosotti nació en Buenos Aires en 1966. Publicó los libros de poemas Parto mular (1998), El proceso de fotografiar (2014), La casa de la playa (2018), Dos poemas inconclusos (2021). En crítica: Sombras bajo la lámpara de aceite –notas breves sobre libros y literatura (2020) y La casa de los pájaros –notas sobre la vida y la obra de Juan L. Ortiz (2021). Editó la revista de poesía Música Rara.
 
 
 (Fuente: Hablar de poesía, vía Cecilia Pontorno)

Hector Berenguer (Rosario, 1948)

 

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En la línea del tiempo 
 
 

Ningún rostro
está en el rostro
ningún lugar es el lugar 
ni el cero que es abierto
está en el cero
ningún lugar es el lugar. 
 
Vivír es el estrecho
pasaje entre lo que fué
entrevisto y lo que jamás
veremos .
 
Así es como siempre
nos queda la angustia
de ser el borde de algo más.
 
Como si sin llevarte nada mío
te llevaras mi mejor parte.
Por ejemplo,
como si esta noche
estuvo escrita
en las líneas de mis manos
y las tuyas
para evitar que se perdiera .
 
Que haya pasado antes
o se consuma
dentro de su aparición .
Los que fuimos
nos saludan
en viejas fotografías.
 
También puede suceder
que este hilo secreto
que nos une,
no se rompa jamás
en la línea del tiempo,
que la tierra se abra
nuevamente
o encuentre su lugar
el hombre.
Y pasemos por dónde nunca
nadie haya pasado.

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 

    Clark Carrados:
    "Nunca volveréis",
    el tren detenido
    en Rufino,
    la noche en niebla,
    la noche
    y las luces húmedas,
    las luces
    demacradas,
    esqueletos de vagones,
    animales vivos
    y muertos
    parcialmente
    expresados,
    rechinar de fierros,
    algunos pasajeros
    durmiendo, otros
    de ojo nebuloso,
    mis libros en el asiento,
    en medio de mi vieja,
    las frazadas,
    y yo;
    una hora,
    al punto
    un medio más;
    voces convenidas:
    un desperfecto
    en los enganches,
    obreros que
    manipulan
    herramientas,
    meten mazazos,
    bostezan,
    alguien pedorrea
    y varios carcajean;
    otra demora,
    mi primer pantalón
    largo
    que fuera
    mi primo Bucky
    arrugado
    en las rodillas,
    en Santa Fe,
    en la mitad
    del mapa
    que en sexto grado
    era una bota puntuda
    rosada,
    ceñida
    por provincias, amarillas,
    azuladas
    y ocres;
    y allá
    como quién no sabe,
    San Rafael,
    arenas y aguaribayes,
    la finca que murió
    acogotada por rastrojos
    y ollas vacías;
    allá,
    en Colonia Castillo,
    el Tommy buscaría
    a los gañidos
    y tristeza del fin,
    descaminaría
    a sus amos que se fueron
    ese día que tanto nevó,
    y su corazón
    moriría en la chacra
    del vecino
    y el horizonte
    se deshojaba
    en el invierno precoz;
    allá,
    la Pocha,
    la que fuera novia
    de mi hermano,
    ella, en la plaza Moreno,
    que fuera mi primera novia,
    a los besos con un camionero
    que la llevaba al amueblado,
    ella,
    aire,
    rosa y esquina oscura;
    allá
    la revista porno,
    los grises desvaídos
    en el manoseo y el asombro,
    allá,
    esas burdas fotos desflecadas,
    ese cuadernillo
    que mi vieja encontró
    bajo mi almohada
    y que nunca más vi,
    ese, que mi vieja
    por alguna razón
    tampoco nunca mencionó;
    allá,
    en la infancia
    ese dibujo irreconocible,
    allá,
    los conejos, los damascos
    y las tunas,
    mi yegua
    de trote y galope,
    las siestas que caían
    felices,
    inmensas,
    el calor
    en los camellones
    y acequias,
    la siesta:
    esa excarcelación
    de la chancleta de mi tía
    analfabeta,
    el altísimo silencio del sol,
    el bajísimo parloteo de la miseria.
    Y en el piso del vagón,
    Clark Carrados:
    "Las blancas nubes de Venus"
    -"Ejemplar doble"-,
    y enfrente o a espaldas,
    en el espacio,
    esa incongruencia
    escolástica,
    que el sabio
    nos embelecó,
    "remolino e incertidumbre
    del río celestial";
    allá,
    en el mar verde
    del alba,
    Tristán Suárez,
    sin grillos,
    ni alamedas,
    sin sandías para robar,
    ni el Neno y su bicicleta,
    penurias al acecho,
    dificultoso diente lobuno.

    - Inédito

 

Georg Heym (Polonia, 1887 - Alemania, 1912)

 

5 poemas


Laura di Verso
 
5 poemas de Georg Heym

 

Su poesía está relacionada con el expresionismo. Consiguió su mayor reconocimiento después de su muerte. A continuación podéis leer 5 poemas de Georg Heym.

 

Después de la batalla

 

En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.

Traducción de Jenaro Talens

 

 

Duermevela

 

La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.

Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.

Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .

Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.

Traducción de Jenaro Talens

 

 

Ofelia

I
Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.

El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,

como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.

II
Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.

Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.

Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,

el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,

tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.

Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.

Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.

Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.

Traducción de Ernst Edmund Keil

 

 

Última vigilia

 

Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?

Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.

Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.

Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.

Traducción de Ernst Edmund Keil

 

 

Umbra Vitae

 

Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.

Versión de Ernst Edmund Keil



(Fuente: Zenda libros)

 

Robert Louis Stevenson (Edimburgo, Reino Unido, 1850 - Samoa, 1894)

 

“Voluntario”





 

En esta tarde silenciosa

Mis agradecidos ojos reciben

La serena luz.

Veo alzarse los hermosos árboles

En un aire encantado,

Y estrella tras estrella disponer

La noche perfecta.

 

En mi pecho, de pronto,

La quietud y el gozo se abren

A una paz magnífica.

Y ahora que el día ha terminado,

Breve día de viento y de sol,

Una a una las puras estrellas

Tachonan el noble firmamento.

 

Al vivo placer o al dolor hondo

Sucede la paz del alma:

¡Adiós lágrimas!

Escucho tenues sonidos;

Escucho el frágil canto del pájaro,

Del lejano redil a las ovejas,

Los mugientes novillos.

 

La guerra ha terminado,

La batalla ha sido victoriosa,

Y las trompetas han enmudecido.

La suave melodía del pastor,

Los sonidos del campo, una vez más

Despiertan sobre bosques y llanuras,

Sobre colinas y valles.

 

Cesan los estruendos apasionados de los combates.

Bienvenida sea mi libertad;

Una vez más, ¡viva!,

Andaré libre por un camino sin fin.

Y a veces, al caer la tarde,

Un alegre amorío gozaré

En la puerta de una posada.

 

 

 

en Poemas, 1994

Originalmente en New Poems, 1918

 

Traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez

 

 


Voluntary

Here in the quiet eve / My thankful eyes receive / The quiet light. / I see the trees stand fair / Against the faded air, / And star by star prepare / The perfect night. // And in my bosom, lo! / Content and quiet grow / Toward perfect peace. / And now when day is done, / Brief day of wind and sun, / The pure stars, one by one, / Their troop increase. // Keen pleasure and keen grief / Give place to great relief: / Farewell my tears! / Still sounds toward me float; / I hear the bird’s small note, / Sheep from the far sheepcote, / And lowing steers. // For lo! the war is done, / Lo, now the battle won, / The trumpets still. / The shepherd’s slender strain, / The country sounds again / Awake in wood and plain, / On haugh and hill. // Loud wars and loud loves cease. / I welcome my release; / And hail once more / Free foot and way world-wide. / And oft at eventide / Light love to talk beside / The hostel door.





(Fuente: Descontexto)

 

Etnia Ahtna Atabaskana (Casquete Polar Ártico)

 

DOS POEMAS DE LA ETNIA AHTNA ATABASKANA 

 

  Desde hace muchos años, John E. Smelcer trabaja en el 

rescate de la cultura de esta etnia situada en el casquete Po-

lar Ártico. Hoy en día apenas dos docenas -es posible que

esta cifra haya disminuido entre la publicación que hiciera

Smelcer en 2016 hasta la fecha- de ancianos aun hablan esa

lengua.

 Son cantos, en realidad, pero los transcribimos como poe-

mas, perdiéndose una parte esencial de su verdadero sentido

que es ser expresados con todo el cuerpo.



PRIMAVERA EN EL YUKÓN


Un anciano parado sobre la orilla del río

mirando pasar flotando los icebergs río abajo,

como osos polares nadando hacia el mar.


Sonriendo, los despide alzando la mano.


¡Adiós invierno!

¡Adiós frío y oscuridad!


Bienvenido, bienvenido

verano.




  LECHUZA Y RATÓN


Lechuza bajó en picada y atrapó

a un distraído ratón a medianoche.


Mientras Lechuza se alejaba volando Ratón rogó,

'Por favor no me comas. No quiero morir.'


Lechuza respondió sin simpatía,


'No siempre puedes obtener lo que deseas.'



Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)


FUENTE

Modern Poetry in Translation. Centres of Cataclysm. Cele-

brating Fifty years of MPT. 2016.


 

 

(Fuente: Idiomas Olvidados)

 

Alfredo Veiravé (Entre Ríos, 1928 - Chaco, 1991)

 


 
NUNCA MÁS 
 

.
Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
¿Solamente?
¿Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.

1985


(Fuente: Daniel Freidemberg)