Clark Carrados:
"Nunca volveréis",
el tren detenido
en Rufino,
la noche en niebla,
y las luces húmedas,
las luces
demacradas,
esqueletos de vagones,
animales vivos
y muertos
parcialmente
expresados,
rechinar de fierros,
algunos pasajeros
durmiendo, otros
de ojo nebuloso,
mis libros en el asiento,
en medio de mi vieja,
las frazadas,
y yo;
una hora,
al punto
un medio más;
voces convenidas:
un desperfecto
en los enganches,
obreros que
manipulan
herramientas,
meten mazazos,
bostezan,
alguien pedorrea
y varios carcajean;
otra demora,
mi primer pantalón
largo
que fuera
mi primo Bucky
arrugado
en las rodillas,
en Santa Fe,
en la mitad
del mapa
que en sexto grado
era una bota puntuda
rosada,
ceñida
por provincias, amarillas,
azuladas
y ocres;
y allá
como quién no sabe,
San Rafael,
arenas y aguaribayes,
la finca que murió
acogotada por rastrojos
y ollas vacías;
allá,
en Colonia Castillo,
el Tommy buscaría
a los gañidos
y tristeza del fin,
descaminaría
a sus amos que se fueron
ese día que tanto nevó,
y su corazón
moriría en la chacra
del vecino
y el horizonte
se deshojaba
en el invierno precoz;
allá,
la Pocha,
la que fuera novia
de mi hermano,
ella, en la plaza Moreno,
que fuera mi primera novia,
a los besos con un camionero
que la llevaba al amueblado,
ella,
aire,
rosa y esquina oscura;
allá
la revista porno,
los grises desvaídos
en el manoseo y el asombro,
allá,
esas burdas fotos desflecadas,
ese cuadernillo
que mi vieja encontró
bajo mi almohada
y que nunca más vi,
ese, que mi vieja
por alguna razón
tampoco nunca mencionó;
allá,
en la infancia
ese dibujo irreconocible,
allá,
los conejos, los damascos
y las tunas,
mi yegua
de trote y galope,
las siestas que caían
felices,
inmensas,
el calor
en los camellones
y acequias,
la siesta:
esa excarcelación
de la chancleta de mi tía
analfabeta,
el altísimo silencio del sol,
el bajísimo parloteo de la miseria.
Y en el piso del vagón,
Clark Carrados:
"Las blancas nubes de Venus"
-"Ejemplar doble"-,
y enfrente o a espaldas,
en el espacio,
esa incongruencia
escolástica,
que el sabio
nos embelecó,
"remolino e incertidumbre
del río celestial";
allá,
en el mar verde
del alba,
Tristán Suárez,
sin grillos,
ni alamedas,
sin sandías para robar,
ni el Neno y su bicicleta,
penurias al acecho,
dificultoso diente lobuno.
- Inédito
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