Nada es lo que parece
“Nada es lo que parece”, me dijo Morgan el otro día. La frase sonaba profunda, pero me pareció dudosa. Es cierto que hay mucho de ilusorio en el mundo, pero la zapatería sigue siendo la zapatería, mi afeitadora sigue siendo una afeitadora, mi sombrero un sombrero. Probablemente Morgan haya estado leyendo un libro sobre zen. Él es así, le da el ataque con algo y después me viene a mí con el cuento. No me molesta. Me hace pensar. Una vez me dijo que los fantasmas existían, y que no tenía que tenerles miedo porque se sentían muy solos y nada más querían compañía. Yo le dije que nunca había visto un fantasma y me dijo que era porque no había mirado bien. No me explicó lo que era mirar bien. Sospecho que se necesita un espectrofluorímetro, algo que yo no tengo. Pero tampoco Morgan. Me gusta salir y sentarme a mirar las estrellas a la noche. Hay miles de millones en la Vía Láctea. Claro que sólo podemos ver algunos miles, y con eso me basta y me sobra. De vez en cuando alguna se cae, se queda sin hidrógeno tras veinticinco mil millones de años o más. Me pregunto a menudo adónde van a semejante velocidad. Nuestro sol se va a apagar en veinticinco mil millones de años, ¿y después qué?
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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