DOS POEMAS
4
Los objetos sobre el tapiz se mueven por impulsos secretos.
En la foto, mirás de nuevo al viejo contra el mostrador.
No ha cambiado su expresión distendida de amable gavilán.
Aunque dijeras su nombre no te escucharía. Envejeciste
mientras tanto. Pones monedas y tarjetas sobre la mesa.
Haces maniobras que se han modificado. No echa raíces
el hábito. Las palabras caen de su estupor. Suenan
según su consistencia. El árbol agobiado espera el otoño
en que extenderá sus brazos desnudos frente al álgebra.
5
Ve por él, ve por Ulises, por el pespunte de los ríos
y de los archipiélagos. Busca su nación que sobrevive
en el sonido fortuito de los mercados, en la madera
de los embalajes y en el olor violento de los desagües.
Viejo con mañas, salvando el horror del abismo
y de las maravillas, las sirenas y el Hades, el círculo
y la raya. Ve hacia su estupor que gira entre las islas
como restos en un sumidero. Tráelo para que tienda
por última vez el arco. Que de su ceño vuelen
el halcón y el búho, de su frente se borren la hecatombe,
la sombra del saqueo y la venganza.
Aquellos, inclinados sobre la herramienta,
el dado que corre o la gotera,
se tiñen de suave resplandor
cuando en el borde de un pensamiento
ven el rostro del que hablaba a los suyos
en el nido revuelto de la borrasca.
O cuando recuerdan el doble perfil de la mujer de Delfos:
palabras luminosas y extrañas para decir la trama que hasta allí los condujo;
y el murmullo del día, la lista del trabajo, el no olvides el abrigo,
el pan,
la teja aquella, rota.
Tal vez ya se esté yendo algo de nosotros, pero aún está, ¿lo ven?
Cuando se iluminan aquellos edificios con un sol que se apaga,
como si Palas los hubiese tocado en su vuelo hacia el ocaso.
Jorge Aulicino, "La luz checoslovaca", Libros de Tierra Firme, 2003; "Estación Finlandia", Bajo la Luna, 2012; "Poesía reunida", Ediciones en Danza, 2020
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