miércoles, 15 de mayo de 2024

Mario Nosotti (Buenos Aires, 1966)

 

LA MALDAD DE ESCRIBIR
 
 

La maldad de escribir
Ana Cristina César
están en ese árbol y esta mano
 
La maldad de escribir es empeñarse
en unir lo que está separado
o al revés poco importa
 
La maldad de escribir está en esa
insistencia jamás solicitada
que te lleva la vida y te devuelve
algo que desconocés 
 
La maldad de escribir
resplandece en tus guantes de gamuza
en tus lentes oscuros
el poema colgado de un cordel
 
La maldad de escribir es seguir ese mar
que aparece en la foto
cerrarse a los llamados
y observar de reojo
cómo transpira el vaso de cerveza
antes de que se escurra en lo real
 
La maldad de escribir está en desenvolver
el regalo que nadie te pidió que no querías
un cuchillo dorado que ahora
te abre el pecho
y te obliga a cantar 
 
/
(*)
Mario Nosotti nació en Buenos Aires en 1966. Publicó los libros de poemas Parto mular (1998), El proceso de fotografiar (2014), La casa de la playa (2018), Dos poemas inconclusos (2021). En crítica: Sombras bajo la lámpara de aceite –notas breves sobre libros y literatura (2020) y La casa de los pájaros –notas sobre la vida y la obra de Juan L. Ortiz (2021). Editó la revista de poesía Música Rara.
 
 
 (Fuente: Hablar de poesía, vía Cecilia Pontorno)

Hector Berenguer (Rosario, 1948)

 

Puede ser una imagen de 6 personas

 
En la línea del tiempo 
 
 

Ningún rostro
está en el rostro
ningún lugar es el lugar 
ni el cero que es abierto
está en el cero
ningún lugar es el lugar. 
 
Vivír es el estrecho
pasaje entre lo que fué
entrevisto y lo que jamás
veremos .
 
Así es como siempre
nos queda la angustia
de ser el borde de algo más.
 
Como si sin llevarte nada mío
te llevaras mi mejor parte.
Por ejemplo,
como si esta noche
estuvo escrita
en las líneas de mis manos
y las tuyas
para evitar que se perdiera .
 
Que haya pasado antes
o se consuma
dentro de su aparición .
Los que fuimos
nos saludan
en viejas fotografías.
 
También puede suceder
que este hilo secreto
que nos une,
no se rompa jamás
en la línea del tiempo,
que la tierra se abra
nuevamente
o encuentre su lugar
el hombre.
Y pasemos por dónde nunca
nadie haya pasado.

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 

    Clark Carrados:
    "Nunca volveréis",
    el tren detenido
    en Rufino,
    la noche en niebla,
    la noche
    y las luces húmedas,
    las luces
    demacradas,
    esqueletos de vagones,
    animales vivos
    y muertos
    parcialmente
    expresados,
    rechinar de fierros,
    algunos pasajeros
    durmiendo, otros
    de ojo nebuloso,
    mis libros en el asiento,
    en medio de mi vieja,
    las frazadas,
    y yo;
    una hora,
    al punto
    un medio más;
    voces convenidas:
    un desperfecto
    en los enganches,
    obreros que
    manipulan
    herramientas,
    meten mazazos,
    bostezan,
    alguien pedorrea
    y varios carcajean;
    otra demora,
    mi primer pantalón
    largo
    que fuera
    mi primo Bucky
    arrugado
    en las rodillas,
    en Santa Fe,
    en la mitad
    del mapa
    que en sexto grado
    era una bota puntuda
    rosada,
    ceñida
    por provincias, amarillas,
    azuladas
    y ocres;
    y allá
    como quién no sabe,
    San Rafael,
    arenas y aguaribayes,
    la finca que murió
    acogotada por rastrojos
    y ollas vacías;
    allá,
    en Colonia Castillo,
    el Tommy buscaría
    a los gañidos
    y tristeza del fin,
    descaminaría
    a sus amos que se fueron
    ese día que tanto nevó,
    y su corazón
    moriría en la chacra
    del vecino
    y el horizonte
    se deshojaba
    en el invierno precoz;
    allá,
    la Pocha,
    la que fuera novia
    de mi hermano,
    ella, en la plaza Moreno,
    que fuera mi primera novia,
    a los besos con un camionero
    que la llevaba al amueblado,
    ella,
    aire,
    rosa y esquina oscura;
    allá
    la revista porno,
    los grises desvaídos
    en el manoseo y el asombro,
    allá,
    esas burdas fotos desflecadas,
    ese cuadernillo
    que mi vieja encontró
    bajo mi almohada
    y que nunca más vi,
    ese, que mi vieja
    por alguna razón
    tampoco nunca mencionó;
    allá,
    en la infancia
    ese dibujo irreconocible,
    allá,
    los conejos, los damascos
    y las tunas,
    mi yegua
    de trote y galope,
    las siestas que caían
    felices,
    inmensas,
    el calor
    en los camellones
    y acequias,
    la siesta:
    esa excarcelación
    de la chancleta de mi tía
    analfabeta,
    el altísimo silencio del sol,
    el bajísimo parloteo de la miseria.
    Y en el piso del vagón,
    Clark Carrados:
    "Las blancas nubes de Venus"
    -"Ejemplar doble"-,
    y enfrente o a espaldas,
    en el espacio,
    esa incongruencia
    escolástica,
    que el sabio
    nos embelecó,
    "remolino e incertidumbre
    del río celestial";
    allá,
    en el mar verde
    del alba,
    Tristán Suárez,
    sin grillos,
    ni alamedas,
    sin sandías para robar,
    ni el Neno y su bicicleta,
    penurias al acecho,
    dificultoso diente lobuno.

    - Inédito

 

Georg Heym (Polonia, 1887 - Alemania, 1912)

 

5 poemas


Laura di Verso
 
5 poemas de Georg Heym

 

Su poesía está relacionada con el expresionismo. Consiguió su mayor reconocimiento después de su muerte. A continuación podéis leer 5 poemas de Georg Heym.

 

Después de la batalla

 

En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.

Traducción de Jenaro Talens

 

 

Duermevela

 

La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.

Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.

Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .

Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.

Traducción de Jenaro Talens

 

 

Ofelia

I
Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.

El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,

como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.

II
Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.

Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.

Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,

el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,

tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.

Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.

Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.

Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.

Traducción de Ernst Edmund Keil

 

 

Última vigilia

 

Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?

Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.

Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.

Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.

Traducción de Ernst Edmund Keil

 

 

Umbra Vitae

 

Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.

Versión de Ernst Edmund Keil



(Fuente: Zenda libros)

 

Robert Louis Stevenson (Edimburgo, Reino Unido, 1850 - Samoa, 1894)

 

“Voluntario”





 

En esta tarde silenciosa

Mis agradecidos ojos reciben

La serena luz.

Veo alzarse los hermosos árboles

En un aire encantado,

Y estrella tras estrella disponer

La noche perfecta.

 

En mi pecho, de pronto,

La quietud y el gozo se abren

A una paz magnífica.

Y ahora que el día ha terminado,

Breve día de viento y de sol,

Una a una las puras estrellas

Tachonan el noble firmamento.

 

Al vivo placer o al dolor hondo

Sucede la paz del alma:

¡Adiós lágrimas!

Escucho tenues sonidos;

Escucho el frágil canto del pájaro,

Del lejano redil a las ovejas,

Los mugientes novillos.

 

La guerra ha terminado,

La batalla ha sido victoriosa,

Y las trompetas han enmudecido.

La suave melodía del pastor,

Los sonidos del campo, una vez más

Despiertan sobre bosques y llanuras,

Sobre colinas y valles.

 

Cesan los estruendos apasionados de los combates.

Bienvenida sea mi libertad;

Una vez más, ¡viva!,

Andaré libre por un camino sin fin.

Y a veces, al caer la tarde,

Un alegre amorío gozaré

En la puerta de una posada.

 

 

 

en Poemas, 1994

Originalmente en New Poems, 1918

 

Traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez

 

 


Voluntary

Here in the quiet eve / My thankful eyes receive / The quiet light. / I see the trees stand fair / Against the faded air, / And star by star prepare / The perfect night. // And in my bosom, lo! / Content and quiet grow / Toward perfect peace. / And now when day is done, / Brief day of wind and sun, / The pure stars, one by one, / Their troop increase. // Keen pleasure and keen grief / Give place to great relief: / Farewell my tears! / Still sounds toward me float; / I hear the bird’s small note, / Sheep from the far sheepcote, / And lowing steers. // For lo! the war is done, / Lo, now the battle won, / The trumpets still. / The shepherd’s slender strain, / The country sounds again / Awake in wood and plain, / On haugh and hill. // Loud wars and loud loves cease. / I welcome my release; / And hail once more / Free foot and way world-wide. / And oft at eventide / Light love to talk beside / The hostel door.





(Fuente: Descontexto)

 

Etnia Ahtna Atabaskana (Casquete Polar Ártico)

 

DOS POEMAS DE LA ETNIA AHTNA ATABASKANA 

 

  Desde hace muchos años, John E. Smelcer trabaja en el 

rescate de la cultura de esta etnia situada en el casquete Po-

lar Ártico. Hoy en día apenas dos docenas -es posible que

esta cifra haya disminuido entre la publicación que hiciera

Smelcer en 2016 hasta la fecha- de ancianos aun hablan esa

lengua.

 Son cantos, en realidad, pero los transcribimos como poe-

mas, perdiéndose una parte esencial de su verdadero sentido

que es ser expresados con todo el cuerpo.



PRIMAVERA EN EL YUKÓN


Un anciano parado sobre la orilla del río

mirando pasar flotando los icebergs río abajo,

como osos polares nadando hacia el mar.


Sonriendo, los despide alzando la mano.


¡Adiós invierno!

¡Adiós frío y oscuridad!


Bienvenido, bienvenido

verano.




  LECHUZA Y RATÓN


Lechuza bajó en picada y atrapó

a un distraído ratón a medianoche.


Mientras Lechuza se alejaba volando Ratón rogó,

'Por favor no me comas. No quiero morir.'


Lechuza respondió sin simpatía,


'No siempre puedes obtener lo que deseas.'



Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)


FUENTE

Modern Poetry in Translation. Centres of Cataclysm. Cele-

brating Fifty years of MPT. 2016.


 

 

(Fuente: Idiomas Olvidados)

 

Alfredo Veiravé (Entre Ríos, 1928 - Chaco, 1991)

 


 
NUNCA MÁS 
 

.
Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
¿Solamente?
¿Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.

1985


(Fuente: Daniel Freidemberg)

Natalka Bilotserkivets (Kuianivka, Ucrania, 1954)

 

Puede ser una imagen en blanco y negro de 1 persona

 

NAVAJA

 

Una navaja
para cortar el pan.
Una navaja
para hacer una flauta.
Una navaja
para acabar con el cordero
herido por el lobo.
Tan
desnuda, seca y limpia queda
la superficie del caldo
del día del Señor, que tiembla
cuando la toca el sudor
del pescado.
Un signo de piedad y de lágrimas.
No la toques
si no hay buenas señales:
es una navaja,
es música que mata.
No son sólo palabras:
es poesía sin
palabras,
donde la hierba lava
la cuchilla del cielo. 
 
 
________________________
en "Letras Libres", n.º 280, abril de 2022. Trad. de Aurelio Asiain. En la imagen, Natalka Bilotserkivets (Kuianivka, Ucrania, 1954) por Kateryna Lashchykova (Craft Magazine).
 
 
(Fuente: Jonio González)

 

Raúl Henao (Cali, Colombia, 1944)

 

POEMAS EN PROSA

                                                                                                                                                                          
Raúl Henao

 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

LA REPETICIÓN


Nada tan melancólicos como los viejos barrios del centro de la ciudad, donde al mediodía suelen pasear fantasmas más elusivos y sombríos que aquellos que se pasean a la medianoche.

En esos vecindarios desdibujados por el tiempo, no queda asomo de la risa de los niños y escuchamos, en cambio, el eco de nuestros pasos, rondando los lugares visitados en el pasado... Como si en ellos se nos hubiera perdido algo indefinible que nunca hemos vuelto a encontrar.

Si nuestra identidad personal la define la imagen de nosotros mismos que reflejan las vitrinas callejeras, se explica que, volviéndoles la espalda, queramos caminar hacia ninguna parte y sin rostro alguno…A falta de tener el valor de romper el cristal de un puñetazo o una pedrada.


EL MAZO DE CARTAS


Tener como destino los caprichos de la fortuna, con el As de la locura al lado derecho y un irresoluto rey de copas al izquierdo y luego intentar franquear ese círculo vicioso que separa los celos del amor…que es como navegar a vela en un mar borrascoso, o permanecer, semana a semana, en sus aguas quietas sin viento a popa o a proa que nos acerque a la orilla.
En fin, en el mazo de cartas, la solución a la trama de la propia vida parece tenerla no las tres hilanderas, sino el ermitaño de la lámpara o el mismo diablo hermafrodita que en el pasado nos acompañara en los lances del amor y el desamor. Mientras pasamos las noches en blanco en el cuarto de un hotel suburbano, esperando el amanecer que no llega o siempre nos llega tarde.


LA COMEDIA 


Hay entreactos en la penumbra de aquella comedia teatral en la que fuimos Fausto o Don Juan, donde al bajar el telón nos queda solo la certeza de que debemos abandonar la escena representada sin que el conocimiento o el amor nos otorguen finalmente la gracia de recobrar la juventud perdida años atrás.
Y es al encenderse las luces del pasillo que a pesar del desaliento y la desilusión debemos formular nuestro tercer deseo, y escapar del edificio ruinoso del drama personal a la intemperie de las calles citadinas…Donde en las tardes parece escucharse todavía el eco de los pasos y las voces de la multitud, pero en las noches se pasea la luna y en las mañanas el sol.
 

LA LLAVE  OCULTA 


                                 “El árbol de la ciencia no es el árbol de la vida”. 
                                                                                    (Gerald de Nerval)                                                                                                               

Este atardecer soleado de agosto, he conseguido abandonar el paisaje citadino, para adentrarme en un parque suburbano del pasado, donde reencuentro siempre el rostro que llevaba de niño, a pesar de que mi aspecto y apariencia actuales sean las de un hombre viejo.
Sus  pasajes  y calzadas estaban franqueados  a lado y lado de árboles frondosos. En uno de sus costados, se levantaba una iglesia blanca de cúpulas doradas y en el costado opuesto un teatro de barrio donde, ya adolescente, vi las primeras películas del cine mexicano y me enamoré de los pechos de alguna actriz del momento.
Bajando por una de sus calles laterales se llegaba a la casa de la abuela, hada o bruja de la infancia, donde siempre me persiguió el aroma del lirio y los rosales que florecían en el jardín interior, al que inexplicablemente nunca tuve acceso, sino a través del ojo de una cerradura en cuya tapa se encontraba sobrepuesto un escarabajo egipcio.
Había que hallar la llave de la puerta, que a pesar de estar a la vista de los habitantes de la casa e incluso de las visitas inesperadas, nunca fue lo suficiente real o tangible para que yo, en particular, recordara el sitio donde la escondía la abuela, como pasa cada noche con los sueños que no conseguimos recordar al despertar en la mañana. 

A la memoria del pintor inglés Philip West.


CERRANDO EL CÍRCULO


  “La noche por doquier, esto me satisface y casi expreso mi satisfacción
                        estirando los brazos como si bostezara” (Braulio Arenas)                                                                                                                                                                                                                              

¡Amores de invierno efímeros como la flor del cacto o frágiles como la semilla del diente de león! Pero lo vasto de la comarca alrededor, señala que debemos reanudar el camino, al modo que se enhebra el hilo en el ojo de la aguja, ya que no nos retuvo en su cubil el canto de las sirenas o los encantos de la Circe lugareña.
Aunque no contemos con el sello de aprobación del guardafronteras, debemos sortear esos muros aledaños y adentrarnos en el país vecino, donde cosecharemos quizás el grano que antes no pudimos separar de la paja de nuestros actos descuidados o negligentes.
Pasaron los años de andanza juvenil, pero debemos mantener la espalda enhiesta, como si la suerte nos hubiera favorecido y no mirar atrás, ni siquiera para celebrar los obstáculos que hemos allanado y excedido.
Para bien o mal hay que cerrar el círculo alrededor, un círculo que ha sido también el blanco de nuestras flechas. El horizonte se levanta delante como la gradería de un coliseo o teatro al aire libre, y aunque no escuchemos los aplausos a la comedia representada, no nos reprochemos lo incautos que fuimos o la insuficiencia de nuestra sabiduría mundana.

Para Darío Restrepo Soto.
 

LOS COJONES 


A primera hora de la mañana, me visita una mujer de silueta desleída que me parece haber conocido en un sueño anterior cuando todavía me resultaba fácil separar el sueño de la vigilia, porque ahora, ya no estaba seguro de haber despertado. En fin. La mujer me aseguraba que nos habían presentado en la inauguración de una exposición de pintura surrealista que mostraba en sus paredes todas las formas posibles de acoplarse a una pareja humana o animal, y recordé al respecto, aquel acoplamiento monstruoso de Maldoror -un ser humano-  con la hembra de un tiburón, descrito por el Conde de Lautréamont, aquel escritor uruguayo  afrancesado,  que repugna, al igual que seduce, a los lectores de la más diversa catadura o condición… Pero en la visita matinal atrás mencionada, faltaba todo ingrediente erótico oral o genital, que había sido sustituido por una escala musical indefinida, arrastrada desde una habitación contigua. Me incorpore del lecho y fui a llamar a mi vecino con el propósito de que apagara o le bajara el volumen a su equipo de música del cual provenían seguramente esas notas descoloridas como el agua que corre en una alcantarilla.  Pero no respondió a los fuertes golpes que propiné en su puerta. Opté entonces por bajar en el ascensor y dejar la queja por escrito en la portería del edificio. Saqué un grueso marcador rojo y retoqué cuidadosamente los caracteres latinos de mi escritura como se retoca una estatua de mármol. Me preguntaba por el comentario de prensa que publicaría al día siguiente aquel poeta anacrónico e inquisitorial que venía escandalizando con sus crónicas mediáticas la localidad literaria de mi país y que veía como algo anómalo o amoral toda referencia a la antigüedad clásica en un escritor de impronta contemporánea, cuando era sabido que él mismo se complacía mostrando en público a sus lectores sus grandes cojones, copiados de algún museo romano o florentino.

(La Llave Oculta. Todogràficas. Medellìn. 2020)
 

Raúl Henao (Cali, 1944) Poeta y ensayista. Ha vivido en EE.UU. Venezuela y México. Escribe, básicamente, en revistas y catálogos de exposiciones, que a través del mundo moderno mantienen vigente el ideario poético y libertario del surrealismo como Transformaction (Devon, Inglaterra, 1977-78) Dunganon Again (Suecia, 1984) Ojo de Aguijón ( Paris,1987)  Arsenal / Surrealist Subversion (Chicago, USA. 1989) Het Gerucht ( Alkmaar Holanda 1990) Droomschaar (Amsterdam,1990-92)  Phases (Paris, 1952-2001) Surrealismo Siglo 21 (Tenerife, España,2006) La tortue-liévre ( Montréal, Québec,1997-2008) Brumes Blondes (Amsterdam, 2005-10) O Reverso do Olhar (Coimbra, Portugal, 2008)  Iluminaciones Descontínuas / Surrealismo actual (Lagoa, Portugal, 2009)  El Umbral Secreto (Santiago de Chile, 2009 ) Hydrolith / Surrealist Research & Investigations (Berkeley, USA. 2010). Ha publicado: Combate del Carnaval y la Cuaresma (Editorial Gamma, Medellín, 1973); La Parte del León  (Ed. Monte  Ávila, Venezuela, 1978);  El Bebedor Nocturno (Ed. Instituto de Cultura y Bellas Artes, Cúcuta, Colombia, 1978);  El Dado Virgen  (Ed. Fundarte, Caracas, Venezuela, 1980); Sol Negro  (Dos ediciones en Ed. Unicornio, Medellín, 1985 y en la Colección de Poesía de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006) );  El Partido del Diablo (Poesía y Crítica  (Ed. Lealón, Medellín, 1989);  El Virrey de los Espejos (El Oso Hormiguero, Editor, Medellín, 1996); La Vida a la Carta / Life a la Carte  (Ed. Festival Internacional de Poesía en Medellín, 1998). La Belleza del Diablo (Madrid, España, 1999) La Doble estrella: El Surrealismo en Iberoamerérica / Notas y Entrevistas Poéticas (Dos ediciones en Editorial Endymión. Medellín 2008 y en El oso hormiguero editor, 2010) La Belleza del Diablo (Editorial La Bella Cristalera, Madrid, España, 1999); La Verdad en el Vino (Edición del Instituto Caro y Cuervo,  “Homenaje” del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, 2012) Selected Haiku/ Haikus Selectos (Medellín, 2010) Poemas de Amor-Rosa (Antología bilingüe, francés & español. Ediciones Sonámbula, Canadá 2012) Una Alberca en la luna (El Oso Hormiguero Editor. Medellin. 2014) La Llave Oculta (Poemas en prosa. Todogràficas. Medellìn. 2020) Mors Osculi /1980-2012. AP Editores.  Medellin. 2021) La Reinvenciòn del Amor / Poemas Erotico-Amorosos. (AP Editores. Medellin.  2021) 

(Fuente: Alpialdelapalabra)

 

Nadia Anjuman (Afganistán, 1980-2005)

 

Presentamos un poema de Nadia Anjuman (1980-2005). Fue una poeta y periodista afgana. Durante su vida fue una destacada impulsora por los derechos de las mujeres, creando círculos de lectura en contra del régimen de su país. Publicó en 2005, mientras vivía, el libro Gol-e dudi. Fue asesinada a golpes por su esposo y por la familia de éste. La traducción es de Adalberto García López.

 

 

 

 

Historias trágicas

 

Oh historias trágicas

han encontrado morada en nuestros corazones.

Estos ojos tristes, estas amarillentas mejillas huecas

estas son las sombrías marcas de tu presencia

Oh ramas del dolor

Cien primaveras y otoños han ido y venido

brotes marchitos con corazones desgarrados

cien bloqueos y cien caravanas pasan

el Faraón muere y la historia de Nemrod termina

aunque todavía estés joven y fresco

recién salido del útero del jardín

 

Oh ardiente miseria

deja la extensión de nuestros corazones

no son las únicas cosas por las que vale la pena arder

Por vez única, pasa por la casa de otro

 

Oh historias trágicas

su compañía nos abruma

Si no buscan una nueva casa deben tener cuidado

Mañana nos iremos de las tristes ruinas de la vida

y ustedes quedarán miserables y descubiertas

en el limbo del tiempo

sin ninguna morada

 

(Fuente: Círculo de poesía.com)

José Manuel Lucía Mejías (España, 1967)

 

Homenaje a Nadia Anjum





Cambió la aguja por la pluma.
Escribió lienzos de vida
sin dedal, hilvanando el hilo
de sus palabras con sus recuerdos.

*****

Recibió tantos golpes
como versos había publicado.
Los más hermosos, los más necesarios
se los llevó dentro de su cuerpo.

*****

Todas las tardes acudía a la aguja de oro.
Todas las tardes se sentaba a su lado
y todas las tardes escuchaba de sus labios
los versos que le devolvían la vida.

****

Nadie en su familia lloró su muerte.
Todos creyeron la mentira del suicidio.
Todos habían firmado su sentencia
en el momento de aceptar su matrimonio.

*****

¿Cuándo escribías, mi niña?
¿Cuándo no estabas en realidad escribiendo?

******

Te obligaron a llevar la hijab.
Y tú te la quitabas con palabras.
Te obligaron a llevar el burka.
Y tú lo volvías transparente con versos.
Te obligaron a salir con tu marido.
Y tú volabas de su lado con poemas.
Te obligaron a renunciar a la risa.
Y tú llenaste de muecas sus rezos.
Te obligaron a renunciar a escribir.
Y tú renunciaste a seguir viviendo.

******
 
Y los cuadernos te siguen esperando.
Y los libros de la Universidad.
Y los versos que sigues escribiendo.


[19 de agosto]

 

 

 

José Manuel Lucía Mejías. kabul (crónica de un silencio). Ed. Huerga & Fierro, 2023

 

(Fuente: Voces del extremo)

Constantino Mpolás Andreadis (Buenos Aires)

 



caminaba pegado a la pared
como si fuera un pescado
sólo que eso no era todo
primero: no era un pescado
y segundo: no había ninguna pared
sólo un hombre
que caminaba pegado a la pared
no sólo como si fuera un pescado
sino como si no hubiera ninguna pared
 
2024
 
 
(Fuente: Meta Poesía)

Robin Myers (Nueva York, 1987 / México)

 

Primera carta

 

Nos mudamos. Ahora estamos al norte de la ciudad vieja y el valle se enciende con los fuegos artificiales. Nunca escuché tantos llamados a rezar a la vez: las voces también parpadean al subir y crecen y se enredan como matorrales. La primera noche que dormimos en la casa nueva, soñé con un coro completo de hombres en zancos, como en el auditorio de mi secundaria. Yo miraba desde el público. Eran cientos. Cada cierto tiempo, echaban a una fila de cantantes (yo sabía que no se iban, sino que los echaban) y se bajaban de los zancos hasta que no quedaba ninguno. El silencio, y no el ruido, fue lo que me despertó.

En el Hotel Jerusalén, entre parras y humo de narguile y las piernas extendidas y bronceadas de unas holandesas que trabajaban para alguna ONG, un amigo de un amigo de un amigo, que es de Nablus, me habló largamente de su nostalgia por Texas. Como muchos hombres jóvenes de acá, era fornido y amable, el típico cancherito que se agarra a trompadas y que tiene fotos de sus sobrinitas en el celular. Me pidió que pronunciara palabras en español, y me miró la boca muy atentamente. Un poco entonado, habló de su exnovia de Houston; habían estado juntos toda la carrera de ciencias de la computación, y cuando él volvió a Palestina se prometieron no hablar más, para hacer más fáciles las cosas, para poder olvidarse. Funcionó, me dijo, nos olvidamos. Cuando te enamorás de alguien en un lugar donde sos extranjero, me dijo, esa persona se vuelve todo para vos, tu mamá, tu hermana, tu familia, ¿viste?, y tu amante también. Después, cuando volvimos a casa, le conté a S; S., que últimamente me mira a los ojos menos que de costumbre, pero que entierra la cara en mi pelo cuando se apaga la luz.

Hoy me tomé el micro a Ramallah y por un instante, en la sección de la autopista entre el revoltijo que es el centro de Jerusalén y el barrio de Beit Hanina, fue como si nunca lo hubiera visto, ni la ruta, ni los edificios blancos como huesos que se levantan a los costados de la autopista, ni las cuatro ovejas de plástico de tamaño natural (no sé, no me preguntes) ordenadas según criterios simbólicos tan importantes como inescrutables en una parte de la banquina donde crece el pasto. Me concentré, entonces, en la mano del chofer, que claramente había aprendido a diferenciar al tacto las monedas y por eso no tenía que mirar las ranuras de metal donde las iba depositando. En la mano que temblaba sobre la palanca de cambio que vibraba a la espera de que cambiara el semáforo. En la calma con que hacía pasar el micro a centímetros de un camión gigantesco con acoplado, porque había aprendido, además, a acercarse sin hacer ningún daño. Después fui a una reunión de cuáqueros, donde me puse a llorar no bien empezó (como siempre me pasa) y luego me dormí. Después tomé el té con una canadiense muy dicharachera que se llamaba Cheryl, y con una chica de Estados Unidos de expresión vivaz, Janie o Jennie, que era capaz de transmitir infinitos matices de entusiasmo con las cejas. No quería hablar de este lugar con ella, y a veces no quiero hablar al respecto con nadie, porque no puedo evitar que se me contraiga el estómago, pero le debo tener un poco de cariño porque me dan ganas de sacármelo de encima con las dos manos. Las casas baratas de piedra colocadas sobre la tierra como legos, la luz del sol como un objeto sólido cayendo sobre ellas, ¿y alguien te contó alguna vez que los olivos crecen en todas partes, pero en todas partes? Arriba y abajo de los montes, entre las casas, contra la pared –después de todo, hermosos no por raros; y, después de todo, mitificados hasta hacerlos polvo aunque no por ser hermosos–, pero ¿por qué, por qué más?

Tarea: geografía. El fin de semana, nos tragamos la borra del café en uno de esos bares sólo para hombres llenos de humo, compramos fetas de pavo para un gatito del tamaño de una mano mía y adquirimos una guitarra, que él rasguea tentativamente por las noches, con temor y fascinación, de repente abatido como un nene: “No sé nada”.
 
 
  Traducción de Ezequiel Zaidenwerg