miércoles, 15 de mayo de 2024
Mario Nosotti (Buenos Aires, 1966)
Hector Berenguer (Rosario, 1948)
En la línea del tiempo
Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)
Georg Heym (Polonia, 1887 - Alemania, 1912)
5 poemas
Su poesía está relacionada con el expresionismo. Consiguió su mayor reconocimiento después de su muerte. A continuación podéis leer 5 poemas de Georg Heym.
Después de la batalla
En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.
Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.
En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.
Traducción de Jenaro Talens
Duermevela
La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.
Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.
Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .
Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.
Traducción de Jenaro Talens
Ofelia
I
Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.
El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?
El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,
como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.
II
Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.
Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.
Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,
el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,
tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.
Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.
Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.
Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.
Traducción de Ernst Edmund Keil
Última vigilia
Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?
Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.
Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.
Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.
Traducción de Ernst Edmund Keil
Umbra Vitae
Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.
Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.
Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.
Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,
pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.
Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.
Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.
Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.
Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.
Versión de Ernst Edmund Keil
Robert Louis Stevenson (Edimburgo, Reino Unido, 1850 - Samoa, 1894)
“Voluntario”
En esta tarde silenciosa
Mis agradecidos ojos reciben
La serena luz.
Veo alzarse los hermosos árboles
En un aire encantado,
Y estrella tras estrella disponer
La noche perfecta.
En mi pecho, de pronto,
La quietud y el gozo se abren
A una paz magnífica.
Y ahora que el día ha terminado,
Breve día de viento y de sol,
Una a una las puras estrellas
Tachonan el noble firmamento.
Al vivo placer o al dolor hondo
Sucede la paz del alma:
¡Adiós lágrimas!
Escucho tenues sonidos;
Escucho el frágil canto del pájaro,
Del lejano redil a las ovejas,
Los mugientes novillos.
La guerra ha terminado,
La batalla ha sido victoriosa,
Y las trompetas han enmudecido.
La suave melodía del pastor,
Los sonidos del campo, una vez más
Despiertan sobre bosques y llanuras,
Sobre colinas y valles.
Cesan los estruendos apasionados de los combates.
Bienvenida sea mi libertad;
Una vez más, ¡viva!,
Andaré libre por un camino sin fin.
Y a veces, al caer la tarde,
Un alegre amorío gozaré
En la puerta de una posada.
en Poemas, 1994
Originalmente en New Poems, 1918
Traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez
Voluntary
Here in the quiet eve / My thankful eyes receive / The quiet light. / I see the trees stand fair / Against the faded air, / And star by star prepare / The perfect night. // And in my bosom, lo! / Content and quiet grow / Toward perfect peace. / And now when day is done, / Brief day of wind and sun, / The pure stars, one by one, / Their troop increase. // Keen pleasure and keen grief / Give place to great relief: / Farewell my tears! / Still sounds toward me float; / I hear the bird’s small note, / Sheep from the far sheepcote, / And lowing steers. // For lo! the war is done, / Lo, now the battle won, / The trumpets still. / The shepherd’s slender strain, / The country sounds again / Awake in wood and plain, / On haugh and hill. // Loud wars and loud loves cease. / I welcome my release; / And hail once more / Free foot and way world-wide. / And oft at eventide / Light love to talk beside / The hostel door.
(Fuente: Descontexto)
Etnia Ahtna Atabaskana (Casquete Polar Ártico)
DOS POEMAS DE LA ETNIA AHTNA ATABASKANA
Desde hace muchos años, John E. Smelcer trabaja en el
rescate de la cultura de esta etnia situada en el casquete Po-
lar Ártico. Hoy en día apenas dos docenas -es posible que
esta cifra haya disminuido entre la publicación que hiciera
Smelcer en 2016 hasta la fecha- de ancianos aun hablan esa
lengua.
Son cantos, en realidad, pero los transcribimos como poe-
mas, perdiéndose una parte esencial de su verdadero sentido
que es ser expresados con todo el cuerpo.
PRIMAVERA EN EL YUKÓN
Un anciano parado sobre la orilla del río
mirando pasar flotando los icebergs río abajo,
como osos polares nadando hacia el mar.
Sonriendo, los despide alzando la mano.
¡Adiós invierno!
¡Adiós frío y oscuridad!
Bienvenido, bienvenido
verano.
LECHUZA Y RATÓN
Lechuza bajó en picada y atrapó
a un distraído ratón a medianoche.
Mientras Lechuza se alejaba volando Ratón rogó,
'Por favor no me comas. No quiero morir.'
Lechuza respondió sin simpatía,
'No siempre puedes obtener lo que deseas.'
Versiones del inglés: Robert R. Rivas (c)
FUENTE
Modern Poetry in Translation. Centres of Cataclysm. Cele-
brating Fifty years of MPT. 2016.
(Fuente: Idiomas Olvidados)
Alfredo Veiravé (Entre Ríos, 1928 - Chaco, 1991)
NUNCA MÁS
1985
(Fuente: Daniel Freidemberg)
Natalka Bilotserkivets (Kuianivka, Ucrania, 1954)
NAVAJA
Raúl Henao (Cali, Colombia, 1944)
POEMAS EN PROSA
LA REPETICIÓN
EL MAZO DE CARTAS
LA COMEDIA
LA LLAVE OCULTA
CERRANDO EL CÍRCULO
LOS COJONES
Nadia Anjuman (Afganistán, 1980-2005)
Presentamos un poema de Nadia Anjuman (1980-2005). Fue una poeta y periodista afgana. Durante su vida fue una destacada impulsora por los derechos de las mujeres, creando círculos de lectura en contra del régimen de su país. Publicó en 2005, mientras vivía, el libro Gol-e dudi. Fue asesinada a golpes por su esposo y por la familia de éste. La traducción es de Adalberto García López.
Historias trágicas
Oh historias trágicas
han encontrado morada en nuestros corazones.
Estos ojos tristes, estas amarillentas mejillas huecas
estas son las sombrías marcas de tu presencia
Oh ramas del dolor
Cien primaveras y otoños han ido y venido
brotes marchitos con corazones desgarrados
cien bloqueos y cien caravanas pasan
el Faraón muere y la historia de Nemrod termina
aunque todavía estés joven y fresco
recién salido del útero del jardín
Oh ardiente miseria
deja la extensión de nuestros corazones
no son las únicas cosas por las que vale la pena arder
Por vez única, pasa por la casa de otro
Oh historias trágicas
su compañía nos abruma
Si no buscan una nueva casa deben tener cuidado
Mañana nos iremos de las tristes ruinas de la vida
y ustedes quedarán miserables y descubiertas
en el limbo del tiempo
sin ninguna morada
(Fuente: Círculo de poesía.com)
José Manuel Lucía Mejías (España, 1967)
Homenaje a Nadia Anjum
Cambió
la aguja por la pluma.
Escribió lienzos de vida
sin dedal,
hilvanando el hilo
de sus palabras con sus
recuerdos.
*****
Recibió tantos golpes
como
versos había publicado.
Los más hermosos, los más necesarios
se los llevó dentro de su cuerpo.
*****
Todas
las tardes acudía a la aguja de oro.
Todas las tardes se
sentaba a su lado
y todas las tardes escuchaba de sus labios
los versos que le devolvían la vida.
****
Nadie
en su familia lloró su muerte.
Todos creyeron la mentira del
suicidio.
Todos habían firmado su sentencia
en el momento
de aceptar su matrimonio.
*****
¿Cuándo
escribías, mi niña?
¿Cuándo no estabas en realidad
escribiendo?
******
Te obligaron a llevar la
hijab.
Y tú te la quitabas con palabras.
Te obligaron a
llevar el burka.
Y tú lo volvías transparente con versos.
Te
obligaron a salir con tu marido.
Y tú volabas de su lado con
poemas.
Te obligaron a renunciar a la risa.
Y tú llenaste
de muecas sus rezos.
Te obligaron a renunciar a escribir.
Y
tú renunciaste a seguir viviendo.
******
Y
los cuadernos te siguen esperando.
Y los libros de la
Universidad.
Y los versos que sigues escribiendo.
[19 de agosto]
José Manuel Lucía Mejías. kabul (crónica de un silencio). Ed. Huerga & Fierro, 2023
(Fuente: Voces del extremo)
Robin Myers (Nueva York, 1987 / México)
Primera carta
Nos mudamos. Ahora estamos al norte de la ciudad vieja y el valle se enciende con los fuegos artificiales. Nunca escuché tantos llamados a rezar a la vez: las voces también parpadean al subir y crecen y se enredan como matorrales. La primera noche que dormimos en la casa nueva, soñé con un coro completo de hombres en zancos, como en el auditorio de mi secundaria. Yo miraba desde el público. Eran cientos. Cada cierto tiempo, echaban a una fila de cantantes (yo sabía que no se iban, sino que los echaban) y se bajaban de los zancos hasta que no quedaba ninguno. El silencio, y no el ruido, fue lo que me despertó. En el Hotel Jerusalén, entre parras y humo de narguile y las piernas extendidas y bronceadas de unas holandesas que trabajaban para alguna ONG, un amigo de un amigo de un amigo, que es de Nablus, me habló largamente de su nostalgia por Texas. Como muchos hombres jóvenes de acá, era fornido y amable, el típico cancherito que se agarra a trompadas y que tiene fotos de sus sobrinitas en el celular. Me pidió que pronunciara palabras en español, y me miró la boca muy atentamente. Un poco entonado, habló de su exnovia de Houston; habían estado juntos toda la carrera de ciencias de la computación, y cuando él volvió a Palestina se prometieron no hablar más, para hacer más fáciles las cosas, para poder olvidarse. Funcionó, me dijo, nos olvidamos. Cuando te enamorás de alguien en un lugar donde sos extranjero, me dijo, esa persona se vuelve todo para vos, tu mamá, tu hermana, tu familia, ¿viste?, y tu amante también. Después, cuando volvimos a casa, le conté a S; S., que últimamente me mira a los ojos menos que de costumbre, pero que entierra la cara en mi pelo cuando se apaga la luz. Hoy me tomé el micro a Ramallah y por un instante, en la sección de la autopista entre el revoltijo que es el centro de Jerusalén y el barrio de Beit Hanina, fue como si nunca lo hubiera visto, ni la ruta, ni los edificios blancos como huesos que se levantan a los costados de la autopista, ni las cuatro ovejas de plástico de tamaño natural (no sé, no me preguntes) ordenadas según criterios simbólicos tan importantes como inescrutables en una parte de la banquina donde crece el pasto. Me concentré, entonces, en la mano del chofer, que claramente había aprendido a diferenciar al tacto las monedas y por eso no tenía que mirar las ranuras de metal donde las iba depositando. En la mano que temblaba sobre la palanca de cambio que vibraba a la espera de que cambiara el semáforo. En la calma con que hacía pasar el micro a centímetros de un camión gigantesco con acoplado, porque había aprendido, además, a acercarse sin hacer ningún daño. Después fui a una reunión de cuáqueros, donde me puse a llorar no bien empezó (como siempre me pasa) y luego me dormí. Después tomé el té con una canadiense muy dicharachera que se llamaba Cheryl, y con una chica de Estados Unidos de expresión vivaz, Janie o Jennie, que era capaz de transmitir infinitos matices de entusiasmo con las cejas. No quería hablar de este lugar con ella, y a veces no quiero hablar al respecto con nadie, porque no puedo evitar que se me contraiga el estómago, pero le debo tener un poco de cariño porque me dan ganas de sacármelo de encima con las dos manos. Las casas baratas de piedra colocadas sobre la tierra como legos, la luz del sol como un objeto sólido cayendo sobre ellas, ¿y alguien te contó alguna vez que los olivos crecen en todas partes, pero en todas partes? Arriba y abajo de los montes, entre las casas, contra la pared –después de todo, hermosos no por raros; y, después de todo, mitificados hasta hacerlos polvo aunque no por ser hermosos–, pero ¿por qué, por qué más? Tarea: geografía. El fin de semana, nos tragamos la borra del café en uno de esos bares sólo para hombres llenos de humo, compramos fetas de pavo para un gatito del tamaño de una mano mía y adquirimos una guitarra, que él rasguea tentativamente por las noches, con temor y fascinación, de repente abatido como un nene: “No sé nada”.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg