Algo parecido a un error monumental
(¿De qué va la eternidad cuando es la fugacidad y algo menos?)
Dijiste, con cierta delicadeza o timidez,
que eran fotografías de una estrella distante:
esa astronomía luminosa en un cristal de azúcar,
ese asterismo viviente en los huesos de las liebres cortadas sobre la mesa,
ese catálogo de luz sobre las vacas que pastan
eran parte de una inmensa mentira
en cuyo núcleo estaba yo equivocándome,
llamándome mil veces por un nombre que jamás poseí.
Como los dedos al repasar las imágenes de las enciclopedias antiguas,
hojas ilustradas con planetas borrosos.
O el cometa Halley que vimos en familia
como esperando el apocalipsis.
(Vivos o muertos, aún lo esperamos).
Te equivocaste:
las estrellas distantes son la broma suprema.
Son parte de un alfabeto dislocado y vibrátil,
de una mentira que me sostenía porque yo la sostenía:
un hilo frágil en las manos de un muñeco hecho de hilo frágil.
Hoy, “lo que se cae” te levanta.
Hoy, “lo que oscurece” toca, respira y acaricia y,
aunque es un álbum de fotos inventadas,
está hecho de mí.
¡Quién sabe! Son ecos de una lejanía.
Paisajes visitados más que vistos.
Para que sepas, en realidad, lo que dije fue
es que “he sido y seré y volvería a ser
el último de cada fila en que estaré o estuve
y que las personas de enfrente y arriba
—con sus rostros hermosos
y sus cuentas bancarias infinitas—
debían pasar antes que yo, siempre”. Y así ha sido.
Quizás cuando todos pasen
y la puerta se cierre ante mis ojos,
y mis caminos sean polvo,
osamentas alucinadas entre cactos recientemente florecidos,
frente a la mariposa solar,
enterraré mi cabeza en el regazo de mi dueño.
Y dormiré.
(Fuente: Facebook)
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