UN METRO DE NIEVE
y yo un chico recién salido de la escuela.
Me dieron un fusil viejo
que tiraba hacia cualquier parte.
Enemigos hay en todos lados, decía
el teniente burlándose de mi puntería.
Siempre iba a dar en el blanco.
En la sombra de la espalda me colgaron
un aparato de radio
más pesado que el primero de los cuerpos.
El frío me sacaba las manos del campo sensorial.
Yo tenía por entonces algunas
pobres referencias acerca de la nieve:
no la conocía en los poemas de William Carlos Williams,
menos en los de Artur Lundkvist.
Aquella mañana
había que salir de las carpas
y meterse en los camiones,
y salir de los camiones y meterse en un avión,
y salir del avión y meterse en las trincheras,
y salir de las trincheras
pero un metro de nieve lo impidió.
Aquella mañana desperté adentro
del blanco del ojo,
donde pasaba un río de ladrones
como un rayo ciego apoderándose de todo.
Desperté adentro de la luz
que se devoraba los puentes, las carpas,
los camiones, el avión,
la interpretación de los diferentes,
la teoría del desarrollo moral,
las trincheras.
Crucé el río de ladrones
y desperté en la otra orilla, una orilla
donde nadie se ahoga porque la nada
es un lugar donde ya no respiran ni los vivos.
Las islas eran como dos manchas
que nunca me dejaron ver.
*****
En "Compás de espera"
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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