lunes, 27 de mayo de 2024

Gustavo García Saraví (La Plata, 1920 - Buenos Aires, 1994)

 



 
Esta mañana descubrí...

a Emilio M. Ogando

Esta mañana descubrí que soy viejo.
Un señor se ha quitado su sombrero
para hablarme
y una vecina ha vuelto
a preguntarme por mis hijos.
(Lo de siempre: la escuela, el crecimiento,
los cumpleaños.)
Además, encanezco lentamente
y ya tengo en las manos mi escritura de compra.
(La propiedad, se sabe,
raíz de la injusticia.) Sin embargo,
lo más triste de todo,
lo más concreto,
es comprender que la esperanza
es un vocablo y que la sangre
–mis viejos ríos de la risa,
de la pasión, del sexo–
apenas constituye una pequeña
marea de memorias.

Fuente: Con la patria adentro, Gustavo García Saraví, Los libros del mirasol, Buenos Aires, 1964.


Condiscípulos

Los condiscípulos
de los buenos colegios celebran con reuniones
y comidas sus fiestas de aniversario. A veces,
inclusive, regalan libros
con el dinero que les sobra,
costosos ejemplares de Ariosto, Tasso o Milton,
para la biblioteca y los alumnos pobres,
los muchachos de ahora
que seguirán alegremente a aquella
generación de triunfadores, nobles
lobeznos, voluntades a prueba de petardos.
Y hasta es posible
que les alcance para comprar un Martín Fierro
encuadernado en vaca, pura vaca,
vaca total, telúrica, madre y señora nuestra,
igual a los que adquieren
los yanqys que nos aman y protegen.

Se reúnen en noches luminosas
(no se sabe por qué nunca les llueve)
y lugares lujosos. Se abrazan, lagrimean,
hablan de su familia y los hijos actuales,
los grandes profesores
o el costo de la vida. Luego,
imperceptiblemente, mencionan automóviles
y salarios de criadas, mientras beben como
demonios y bromean sobre las alopecias
o la fuerza sexual y espían
sus ojales en busca de “Rotarys” o “Leones”.

Algunos pocos, como siempre, faltan
a la celebración: los resentidos
y fracasados,
dos o tres izquierdistas y un difunto.
El resto como fierro. Llegan desde el Oeste,
Puerto Madryn, Ushuaia con sus rostros
de astronautas felices, vencedores
de la horrible pobreza y el destino.

También
conversan, como es lógico, sobre temas profundos
y están en desacuerdo con los curas
tercermundistas
y los que no asistieron a la fiesta. Se trata
de una excelente
bandada de escolares,
Chacabuco, Maipú y Febo asoma.

Después del postre, el escritor famoso
pronuncia su discurso, mojan
en cognac los habanos y vuelven a sus casas
felices del encuentro, del donativo hecho
a la literatura
y de la placa que dejaron
sobre la tumba
del celador que odiaron como a nadie.

Sus amables mujeres soportan su tardanza
en llegar y sus vahos de alcohol o envidia,
y varias piensan
en el buen matrimonio realizado
y el porvenir de Felipito.

Se cree que dos de los fallutos
que faltaron estaban secos y que otro de ellos
–uno de los mejores– se muere en una sombra,
en un secreto, convencido
de que las furias, las violencias
(y tal vez los perdones)
son como rosas jóvenes que caen sobre la dulce
podredumbre del mundo.

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Lago Mascardi

He pasado la tarde
tirando piedras, cantos rodados en el agua.
El Mascardi lamía mansamente
sus riberas, y el sol
jugaba como un tonto a dividirse en átomos
de luz sobre la espuma.

A mi lado, Mercedes,
me ha dicho no sé cuántas
cosas intrascendentes acerca de los peces,
las rocas, sus hermanas y los cuentos
infantiles que sabe.
Pero yo, abstraído, he pasado las horas
tirando piedras en el agua, fuera
al fin de mi epidermis habitual,
pensando simplemente en la tranquilidad
de no pensar ni comprender la vida,
ceñido sólo
a la delicia de dejar que pasen
por los ojos confusas, desvaídas imágenes,
o calcular, con cierta imprecisa tristeza,
cuántos cantos rodados
podría aún tirar
en el agua, si nunca me muriera.

Bariloche, 1956

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Palabras para Eddie

Mi madre me conduce hacia todas las cosas.
O, mejor dicho,
todas las cosas me aproximan a ella,
a su ferocidad, a sus temibles siestas,
a los platos colgados
de las paredes
del comedor, a los encuentros
de indudable ternura que tuvimos
antes de su agonía,
a la pieza del fondo, a varias
muchachas de servicio, a su dramática
postura frente a la existencia
que, verdaderamente,
la castigó sin pausas ni piedades.

Claro que ahora
debo buscarla en otras superficies
y alegorías, en distintas
concavidades
parecidas a vientres de cuestionable afecto.
(No de balde también la muerte es una trágica
alegoría dada vuelta, la vida boca abajo.)
Y entonces la reclamo de nuevo, como un hijo
recién nacido, apenas un lactante,
en los lugares o personas más
absurdos: una tía, un cumpleaños,
una tristeza repentina
o en los refranes
que repiten sus nietos
–sin darme cuenta de que el tiempo
es un espejo a veces–,
un apellido distinguido
de los que a ella le encantaban,
una de sus amigas
sobrevivientes,
la iglesia San Ponciano.

O en símbolos o seres todavía
más increíbles:
la voz del analista, un racimo de flores,
comidas que ya no comemos,
cómodas de caoba. Y sobre todo tú,
tú, mi inocente, suma
de la paciencia que no tienes nada
que ver con mi angustia y tampoco
sabes acomodarme fetalmente,
ni darme de mamar, ni quitarme los miedos.
Tú, la sin culpa,
la dulce reemplazante que no reemplazas nada,
salvo mis nuevas culpas y traiciones
y soledades y arrepentimientos
y cunas lejanísimas y tristes.

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Las mujeres que van a los bulines de los hombres

Las amantes irrumpen
alegremente
en los bulines de los hombres
entran como palomas, como brotes de muérdago
como espejuelos bailarines
sitian sus aposentos, sus balcones
sus pequeñas cocinas y entonces sí, la vida
comienza a ser, de veras
una jovialidad, un desahogo
una respiración
una ciruela que madura
detrás de las orejas.

Se instalan cerca
de las botellas
el tocadiscos
las ventanas, los libros tirados por el suelo
y empiezan a fumar
a reírse, a contarnos sus cosas más profundas
los divertidos cuentos
de los esposos
burlados, de los hijos
de los papeles
que hay que firmar para casarse en Méjico
de las modistas
del amor que nos tienen.

Luego se quitan un zapato
una incitante media, un rictus de temor
una pestaña y cuelgan suavemente
de la cama los aros, las pulseras
los peinetones, las hebillas
las ajorcas de niebla, los anillos
de compromiso
los cinturones
de castidad e inician
la ceremonia, los gemidos
las esperadas nupcias, la ascensión a los Alpes
los apagados
sonidos que provienen
de sus abejas interiores
de sus celdillas ácidas
y colmadas.
Después, el olfato, el oído
el poderoso tacto se pueblan de rumores
crecen mágicamente y los malvones
las perchas, los retratos
son otra cosa: un sueño, una sevicia
de nata y terciopelo, una serpiente
de nácar, amaestrada y hermosa, un veranillo
de San Juan, una
bandera.

Las amantes
cumplen su cometido, danzan alrededor
de los jarrones, del crepúsculo
del humo, vuelan
hasta tocar el techo
y finalmente salen, presurosas
en busca de los niños, de la madre
de una radionovela impostergable
hasta el próximo miércoles
hasta el lunes que viene
hasta el domingo bien temprano.
 

Fuente: Salón para familias, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1977.

Gustavo García Saraví nació en La Plata el 29 de diciembre de 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Durante varios años vivió en Posadas, Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992. Fue poeta, escritor y abogado. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Tres poemas para la libertad (1955), Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos, (1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos (Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro de quejas (1972), Cuentas pendientes (1975), Cuadernos del Ecuador (1976), Segundas intenciones (1976), Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986). Como reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas. Recibió, asimismo, numerosas e importantes distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó ciudadano ilustre. De espíritu escéptico, García Saraví cultivó el soneto y el verso libre por igual. Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con ironía impiadosa. Perteneció a la generación neorromántica del 40.

Foto: Gustavo García Saraví. Gentileza de Cristina Sathicq.
 
 
 
(Fuente: Los Poetas no van al cielo)

 

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