Esta mañana descubrí...
a Emilio M.
Ogando
Esta mañana
descubrí que soy viejo.
Un señor se ha
quitado su sombrero
para hablarme
y una vecina ha
vuelto
a preguntarme por
mis hijos.
(Lo de siempre:
la escuela, el crecimiento,
los cumpleaños.)
Además, encanezco
lentamente
y ya tengo en las
manos mi escritura de compra.
(La propiedad, se
sabe,
raíz de la
injusticia.) Sin embargo,
lo más triste de
todo,
lo más concreto,
es comprender que
la esperanza
es un vocablo y
que la sangre
–mis viejos ríos
de la risa,
de la pasión, del
sexo–
apenas constituye
una pequeña
marea de
memorias.
Fuente: Con la patria adentro, Gustavo
García Saraví, Los libros del mirasol, Buenos Aires, 1964.
Condiscípulos
Los condiscípulos
de los buenos
colegios celebran con reuniones
y comidas sus fiestas
de aniversario. A veces,
inclusive,
regalan libros
con el dinero que
les sobra,
costosos
ejemplares de Ariosto, Tasso o Milton,
para la
biblioteca y los alumnos pobres,
los muchachos de
ahora
que seguirán
alegremente a aquella
generación de
triunfadores, nobles
lobeznos,
voluntades a prueba de petardos.
Y hasta es
posible
que les alcance
para comprar un Martín Fierro
encuadernado en
vaca, pura vaca,
vaca total,
telúrica, madre y señora nuestra,
igual a los que
adquieren
los yanqys que
nos aman y protegen.
Se reúnen en
noches luminosas
(no se sabe por
qué nunca les llueve)
y lugares
lujosos. Se abrazan, lagrimean,
hablan de su
familia y los hijos actuales,
los grandes
profesores
o el costo de la
vida. Luego,
imperceptiblemente,
mencionan automóviles
y salarios de
criadas, mientras beben como
demonios y
bromean sobre las alopecias
o la fuerza
sexual y espían
sus ojales en
busca de “Rotarys” o “Leones”.
Algunos pocos,
como siempre, faltan
a la celebración:
los resentidos
y fracasados,
dos o tres
izquierdistas y un difunto.
El resto como
fierro. Llegan desde el Oeste,
Puerto Madryn,
Ushuaia con sus rostros
de astronautas
felices, vencedores
de la horrible
pobreza y el destino.
También
conversan, como
es lógico, sobre temas profundos
y están en
desacuerdo con los curas
tercermundistas
y los que no
asistieron a la fiesta. Se trata
de una excelente
bandada de
escolares,
Chacabuco, Maipú
y Febo asoma.
Después del
postre, el escritor famoso
pronuncia su
discurso, mojan
en cognac los habanos
y vuelven a sus casas
felices del
encuentro, del donativo hecho
a la literatura
y de la placa que
dejaron
sobre la tumba
del celador que
odiaron como a nadie.
Sus amables
mujeres soportan su tardanza
en llegar y sus
vahos de alcohol o envidia,
y varias piensan
en el buen
matrimonio realizado
y el porvenir de
Felipito.
Se cree que dos
de los fallutos
que faltaron
estaban secos y que otro de ellos
–uno de los
mejores– se muere en una sombra,
en un secreto,
convencido
de que las
furias, las violencias
(y tal vez los
perdones)
son como rosas
jóvenes que caen sobre la dulce
podredumbre del
mundo.
Fuente: Libro de quejas, Gustavo
García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.
Lago Mascardi
He pasado la
tarde
tirando piedras,
cantos rodados en el agua.
El Mascardi lamía
mansamente
sus riberas, y el
sol
jugaba como un
tonto a dividirse en átomos
de luz sobre la
espuma.
A mi lado, Mercedes,
me ha dicho no sé
cuántas
cosas
intrascendentes acerca de los peces,
las rocas, sus
hermanas y los cuentos
infantiles que
sabe.
Pero yo,
abstraído, he pasado las horas
tirando piedras
en el agua, fuera
al fin de mi
epidermis habitual,
pensando
simplemente en la tranquilidad
de no pensar ni
comprender la vida,
ceñido sólo
a la delicia de
dejar que pasen
por los ojos
confusas, desvaídas imágenes,
o calcular, con
cierta imprecisa tristeza,
cuántos cantos
rodados
podría aún tirar
en el agua, si
nunca me muriera.
Bariloche,
1956
Fuente: Libro de quejas, Gustavo
García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.
Palabras para Eddie
Mi madre me
conduce hacia todas las cosas.
O, mejor dicho,
todas las cosas
me aproximan a ella,
a su ferocidad, a
sus temibles siestas,
a los platos
colgados
de las paredes
del comedor, a
los encuentros
de indudable
ternura que tuvimos
antes de su
agonía,
a la pieza del
fondo, a varias
muchachas de
servicio, a su dramática
postura frente a
la existencia
que,
verdaderamente,
la castigó sin
pausas ni piedades.
Claro que ahora
debo buscarla en
otras superficies
y alegorías, en
distintas
concavidades
parecidas a
vientres de cuestionable afecto.
(No de balde
también la muerte es una trágica
alegoría dada
vuelta, la vida boca abajo.)
Y entonces la
reclamo de nuevo, como un hijo
recién nacido,
apenas un lactante,
en los lugares o
personas más
absurdos: una
tía, un cumpleaños,
una tristeza
repentina
o en los refranes
que repiten sus
nietos
–sin darme cuenta
de que el tiempo
es un espejo a
veces–,
un apellido distinguido
de los que a ella
le encantaban,
una de sus amigas
sobrevivientes,
la iglesia San
Ponciano.
O en símbolos o
seres todavía
más increíbles:
la voz del
analista, un racimo de flores,
comidas que ya no
comemos,
cómodas de caoba.
Y sobre todo tú,
tú, mi inocente,
suma
de la paciencia
que no tienes nada
que ver con mi
angustia y tampoco
sabes acomodarme
fetalmente,
ni darme de
mamar, ni quitarme los miedos.
Tú, la sin culpa,
la dulce
reemplazante que no reemplazas nada,
salvo mis nuevas
culpas y traiciones
y soledades y
arrepentimientos
y cunas
lejanísimas y tristes.
Fuente: Libro de quejas, Gustavo
García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.
Las mujeres que van a los bulines de los hombres
Las amantes
irrumpen
alegremente
en los bulines de
los hombres
entran como
palomas, como brotes de muérdago
como espejuelos
bailarines
sitian sus
aposentos, sus balcones
sus pequeñas
cocinas y entonces sí, la vida
comienza a ser,
de veras
una jovialidad,
un desahogo
una respiración
una ciruela que
madura
detrás de las
orejas.
Se instalan cerca
de las botellas
el tocadiscos
las ventanas, los
libros tirados por el suelo
y empiezan a
fumar
a reírse, a
contarnos sus cosas más profundas
los divertidos
cuentos
de los esposos
burlados, de los
hijos
de los papeles
que hay que
firmar para casarse en Méjico
de las modistas
del amor que nos
tienen.
Luego se quitan
un zapato
una incitante
media, un rictus de temor
una pestaña y
cuelgan suavemente
de la cama los
aros, las pulseras
los peinetones,
las hebillas
las ajorcas de
niebla, los anillos
de compromiso
los cinturones
de castidad e
inician
la ceremonia, los
gemidos
las esperadas
nupcias, la ascensión a los Alpes
los apagados
sonidos que
provienen
de sus abejas
interiores
de sus celdillas
ácidas
y colmadas.
Después, el olfato, el oído
el poderoso tacto
se pueblan de rumores
crecen
mágicamente y los malvones
las perchas, los
retratos
son otra cosa: un
sueño, una sevicia
de nata y
terciopelo, una serpiente
de nácar,
amaestrada y hermosa, un veranillo
de San Juan, una
bandera.
Las amantes
cumplen su
cometido, danzan alrededor
de los jarrones,
del crepúsculo
del humo, vuelan
hasta tocar el
techo
y finalmente
salen, presurosas
en busca de los
niños, de la madre
de una
radionovela impostergable
hasta el próximo
miércoles
hasta el lunes
que viene
hasta el domingo
bien temprano.
Fuente: Salón para familias, Gustavo
García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1977.
Gustavo García Saraví nació en La Plata el 29 de diciembre de 1920 y murió
en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Durante varios años vivió en Posadas,
Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992. Fue
poeta, escritor y abogado. Publicó, entre otros, los siguientes libros de
poesía: Tres poemas para la libertad
(1955), Monografía para mi muerte y
otras soledades (1956), Los sonetos,
(1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos
(Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro
de quejas (1972), Cuentas pendientes
(1975), Cuadernos del Ecuador
(1976), Segundas intenciones (1976),
Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986). Como
reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas. Recibió, asimismo, numerosas e importantes
distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de
Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y
Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo
Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la
Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó
ciudadano ilustre. De espíritu escéptico, García Saraví cultivó el soneto y el
verso libre por igual. Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la
familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la
injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con
ironía impiadosa. Perteneció a la generación neorromántica del 40.
Foto: Gustavo García Saraví.
Gentileza de Cristina Sathicq.
(Fuente: Los Poetas no van al cielo)
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