deslumbre migratorio
Parece
que llegas a casa primera de aves en refacción
y palpas la severidad que imprime el movimiento.
De cerca los cambios murmuran en ropa tendida
sobre arbustos de niñez reseca. Abajo los personajes exigen gotean.
Parece que en el living una columna crece en verbos
que luchan contra tantas rotaciones. No te detengas,
en los pasillos haces aberturas con los dientes. Ya se
levantará el aire a gallo añejo al que quisiste volver para no volver,
el gallo de espuelas de plata, las latas de cielo y negrura —
Parece.
*
como ante la vista del valle, hazte la idea,
los lugares se superponen, se vive más o menos entre roces
a un cáliz a una camilla, partiendo-volviendo, escindida, sin retorno
en el inicio no hay más que un “había una vez” demasiado viscoso
*
nocturno de calor en llanura :
capa sofocante de insectos que titilan
anfibios caracoles muchachos edificios vibrantes
sonoridad de lo inmenso espeso
que entra y sale de poros vaso libro
o también mano que chorrea acústica tropical color ágata
y sumerge a la espalda en forma de bicho de río
*
un jazmín solo eso
es lo que se te da
lo que te penetra
dándose mudo
frente
a excasa que arde
un jazmín
sin geografía ni estirpe a considerar
más valioso
que joya
imprevista :
no saberse otra ni la misma
no saberse
(más que el estilo de lo desasido – centelleos
marinos)
*
Muñón, instante, inicio
tal vez de un árbol
que no salió adelante.
Algo que se raspa demasiado de un lado
para que emerja del otro. No hay razón ni suavidad en esto.
Un velo dorado cubre la tarde, que comienza de noche.
Y eso sigue crujiendo, temerario, mezquino,
sin salir en flor —golpeando duro— entre maderas, noticieros.
*
A un cuarto del camino la casa primera dio paso a la segunda
la casa primera dio paso a la segunda a un cuarto del camino
A un cuarto del camino adquirieron nombres: casa de allá menguado
casa de aquí vivido casa de devoción casa de esgrimidores
casa de empeños doblegantes casa de cambios zigzagueantes
A un cuarto del camino a un cuarto del camino la piel vivía cortes oblicuos
Los hálitos de perros países monedas se fundían al unísono
y existían, no existían pérdida ni casas ni caminos a un cuarto del camino
a un salto del camino a un tiroteo del camino a un estallido del camino
*
—No insistan.
Además del dije de sangre
que nos lanza a lo mismo;
de los incontables desvelos a fin
de que no huyan sus dedos ni grupa;
de los finos amigos, zapatos, empleados
que hundimos para criar sus rutilantes empeños;
no insistan, les dejamos toda
carencia, vasija plena de fortuna,
nieve arriba-debajo de las letras, junto con
vahos sacrificiales y flores de plástico.
El redondel del camino se desploma, el barco
ya carga sus muertos. No insistan más. Deben
tragar el sol entero, la continuidad de un
tono blanco bordado tan agudo—
tan grávido
—No inciden sus lazos ni huestes;
se abrió el baúl de sombras veinte veces.
Las cabezas de ciervo corren
para hacerse una lluvia un sin-nombre
una aldaba un peso azul verde. Entre
lo venido y lo elegido, entre permanecer
y partir, aconsejó el cielo: cómo desencallar de ahí
sino enturbiando, tejiendo de cabeza
en la barba de antecesores y descendientes:
“todo se queda con uno;
y nada se queda
no hay nada — todo es”.
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