A LA SOMBRA DE UNA LENTEJA
A LA SOMBRA DE UNA LENTEJA
Me presenté en la granja a media noche, como el brujo me dijo. El verdor de las matas clareaba bajo la luna de mármol. El árbol indicado estaba allí, la lechuza cantaba entre sus altas ramas. Trepé a la copa y me senté a su lado. Me miró de soslayo, con sus ojos oblongos del color de la miel, y comenzó su canto sepulcral:
—Uuuh, uuuh…
Y yo imité su arte como un eco discreto:
Hasta que el sortilegio se produjo: la luna tornó en astro, iluminó la huerta con su luz codiciosa y las plantas se alzaron e hicieron reverencias a un auditorio mudo. De repente, mi rama se rompió, me despeñé mermado de tamaño, tan diminuto era que no percibí daño al caer en la tierra.
Y ahora por fin soy libre de los hombres, pues logré lo que ansiaba: vivir a ras de hormiga, cochinilla o pulgón, despreocupado y rico; comer cuanto me plazca de tomates que ya son para mí como rojos planetas; pasear cual gusano feliz por el rizo de una escarola, lamer la perla dulce de un grano de maíz y tirarme a dormir, plácido y satisfecho, a la sombra de una lenteja.
Ilustración Freepik
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