El mar (II)
I
Recuerdo el mar, ese borracho bruñido cansado de morir, que se tambalea y viaja hacia ciudades que todavía no existen.
De pie en la negra legua legendaria, en nuestras caricias de locos amantes, entre beso y beso hay un mordisco de anilina que se nos precipita garganta abajo, con un relámpago.
Espera-ayer-mañana-siempre, he ahí la espinosa sentencia de sus aguas.
Porque, en cuántas categorías nos dividió el mar:
los buenos, los rescatables, los débiles, los que duermen en el humor de los azules rododendros, los innombrables que alguna vez mecen las mareas cuando las tormentas como un ejército hacen del mundo un sitio detestable.
¿Tu nombre?
Ese no, tu nombre de ahogado, tu rugiente sonoridad clandestina,
tu playa procariota, tu piragua memorable.
II
También sé tocar el clavicordio
le digo al mar
(el mar, la mar, monstruo sin género)
él sabe detener todas sus olas
o una ola desguazada
en mil retratos de cielo
para oír estos cansados relatos
con la lluvia junta de sus aguas
y liberar al aire fugitivo
un no perfume a sol nocturno
a desamor, a volados crisantemos.
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