Habría que girar alrededor
para captarte en toda tu extensión
redonda (tierra al fin),
verdirroja,
brillante, suavemente
perfumada.
Habría que clavarte los dientes
después para saberte
crujiente,
pulpa agridulce que da ganas
de tragar.
Y habría que alejarse y regresar
de pronto, distraído
de todo,
para sentirte, oculta,
reposar en tu forma.
Rotunda, irrefutable,
inequívocamente modelada
por la luz sobre el plato
escuetamente blanco,
qué opulencia despliegas simplemente
por ser así:
manzana
y no la nada.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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