ME APODERO DE USTED DE ESPEJO A SUEÑO
ME APODERO DE USTED DE ESPEJO A SUEÑO
Imagino que ya sabe quien soy.
Imagino que sabe que le acontezco, habiendo
destituido sin ninguna ceremonia
particular, los pies de barro
de sus húmedos semidiocesillos,
en la arteria capital de los pantanos idolátricos.
¿Alejandra, por qué?
Así como la mar se cae al hombre
y se ahoga en él, y se cae
la cuerva hacia y en torno
del cuervo,
para rodearlo de plumas, enredarlo de carne,
afirmarlo de huesos vacíos, ahorcarlo
en duro esfínter,
hasta terminar fecundándose vallejamente
a sí misma, así yo la apialé
a mi puerta en movimiento,
a mi casa caracola,
enigmática y rodante,
y así me convirtió
usted a la secta de su
orgánico ébano parcial.
Alejandra, por qué no?
Era cuestión de andar en curva recta,
de vigilarlo todo con los ojos cerrados,
de considerar los adelantes cáusticos,
los lados equiláteros,
los atrases rústicos restringiéndose
en la sopa caudal del tiempo muerto, para
encontrar el humus de sus sandalias
retroactivas, y sentarse a comer bajo el dintel
de la puerta, en aquel hotel donde esa vez se hallaba,
con una manzana debajo
de la gorra
y una gorra aplastando la pirámide.
Alejandra, le dije, por qué
no construimos?
Y entonces, sintiendo el olor de mis mordiscos
que tarareaban en la fruta,
usted salió
y me puso encima,
para amedrentarme,
su par de almendras que indagaban mucho,
su cabello retinto como noche fueguina,
su ronco argentinazgo, su frente
sudamericana, pero debajo de ella,
una boca riendo sin remilgos, y más abajo, aún,
el manjar suculento de su cuerpo,
entretanto ataviado hasta
el pescuezo (pues llovía),
ordenando sus próximas premuras
y la segura estirpe con el cálido
modo de programar el vamos.
Alejandra, insistí lluvioso,
por qué no construimos una?
Después ha continuado promulgándose el asunto
tribal, las lecturas congénitas,
la ansiedad
sindrómica, el robusto muérdago totalitario,
la garantía atávica del fauno episcopal, la aventura
gozosa que humedece
las articulaciones
de la vida, la vida manzanaria,
los atuendos
del espíritu, el contagio, la sed,
la desnudez.
Más hondo,
la gana tremebunda de coger
el martillo
y clavetear con huesos la madera contrita,
y coger el serrucho y trozar
los espasmos
de las álgidas vigas, y la escopla turbulenta y pulir
el juramento en su estertor,
su cartílago nupcial,
los resabios morales de la copulación,
y también la vandálica escofina
a partir de la cual
el aserrín aflora de la piel.
...Y en fin, cada
herramienta, cada esfuerzo tenaz, cada reiteración de movimientos,
en -por ejemplo-
un Cro-Magnon matando su oso cotidiano,
un Neanderthal modelando sus hijos, su bufido enciclopédico,
su alimento, su estructura,
su lanza, su desvelo, su calzado,,
su mamouth, su escondrijo,
su asentarse
amenazando hierático el crepúsculo con el fémur de un enemigo muerto.
Y nosotros amándonos ya, desnudos
todavía en el zaguán periférico
de París,
cromagnoneando, neandertaleando,
sin techo ni cornisa ni escalera
ni avión
ni balaustrada ni cama ni desván
ni escopeta
ni tanque ni sillón ni portón
ni lámpara ni hamaca
ni vitral ni sendero ni bazuka
ni rosa
ni excusado.
Me apodero de usted de espejo
a sueño.
Alejandra: puesto que lloverá episódico otro invierno, por qué
no construimos una casa?
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)
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