miércoles, 25 de septiembre de 2024

Nicolás Arce Berrios (Chile, 2001)

 

A su reminiscencia 

 


Estos árboles como dientes de leche
del planeta, moviéndose a la luz
de un arrebato sigiloso. Desaparecen
los rostros y eran nubes.
 
Huella, huella del viento. Adentro
de la ropa. ¿En el viento no se puede
creer? Remolino fatal de lo secreto,
rumor de otros oros que declinan:
 
nada, la abundancia. Morada que contigo
va. Junco en el timbal de la lluvia:
giraste, penumbra. Raíces al aire
los momentos en su dilución
 
copiando el ácido, espora en lo facetado
de lo hueco. ¿Tras irradiar tempestad
subsiste un núcleo? Te arrebató
la colina de un desprendimiento: hoja,
 
pestaña, pez, espira en el barro
que te cala. Éramos vástagos
de la suspensión y de las fuerzas
encontradas tiempo adentro.
 
Arrecife de veladuras después.
Éramos los primeros moradores
del estanque que se enamora
de la mariposa irisada por su
 
sombra. Pero hundiste la diestra:
matas. Una corteza, piel de tapir
recién salido del agua. Resplandor
de quietas dinastías, sudario
 
para tu oscura inocencia. «¿En la
última región serás mi máscara?»
inconcluso el ángel frente al mar
de lo que nace.
 
Baila esta inminencia, este minuto.
Alturas de las alturas de las.
Junco en un centro de voces. Fuego
en los pigmentos que un colibrí
 
rocía. Desátate la máscara de pasto.
Baila la veladura de las plumas.
Estás en tu casa. Estás en tu pieza
asomándote hacia la curva momentánea
 
que del camino que se pierde hace
una pista: hongo en corteza,
vida en blanco
y objetos dejados a la vista.
 
 
 
(Fuente: Reynaldo Jiménez, vía Alicia Silva Rey)

No hay comentarios:

Publicar un comentario