Estas
son las semanas desoladas, oscuras en las que la naturaleza iguala en su aridez la estupidez del hombre. El año se hunde en medio de la noche y el corazón se hunde más hondo que la noche en un lugar vacío, surcado por los vientos sin sol, luna o estrellas, sino una luz particular como de un pensamiento que hace crepitar un fuego oscuro – tras arremolinarse sobre su propia llama, en el aire glacial, se enciende para hacer que un hombre se dé cuenta de nada que ya sepa, ni siquiera la misma soledad – ni siquiera un fantasma al que abrazar –vacío desespero – (Pasan silbando) entre los fogonazos y el estruendo de la guerra; casas en cuyos cuartos hace un frío que excede lo pensable, las personas que amábamos, ausentes, las camas despobladas, los sillones húmedos, y las sillas sin usar – Hay que esconderlo en algún lado fuera de la mente, que eche raíces y que crezca, lejos de los oídos y los ojos celosos – para sí. En éste que yo tengo vienen a hurgarlo – todo. ¿Será éste el recibo por la música más dulce? La fuente de poesía que al ver que se paró el reloj declara: el reloj se paró ¿ese que ayer andaba lo más bien? y oye el rumor del agua del lago que salpica – que ahora es piedra.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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