Reconstrucción del tango no bailado con nadie
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La tarde todavía se escribe con tu nombre,
con una luz de plata sobre un bandoneón.
Se escribe en un cuaderno con hojas amarillas,
grabando cada letra tu nombre en un renglón.
Recuerdo que tenías dos ojos que cantaban
y una tienda con flores en la respiración.
La tarde se dolía de un beso en la garganta,
de un tango que temblaba dormido en el sillón.
Desde una voz con lluvia cruzaban colegialas
sonando en sus carteras la última lección.
Pasaban con la risa colgando de los brazos
y el verbo amar en tiempo de desconjugación.
Recuerdo en esa calle dos piernas me miraron
y dejaron su firma sobre mi corazón.
Gozarlas fue dolerse la mitad de otro siglo,
metiéndole de ausencia su fierro este malón.
Aún oigo cuando hablaban llegando a la cintura,
su lumbre de allá arriba bajando hasta el tacón.
No existe ya nostalgia como no oler su cuerpo
ni andarle a sus caderas la joven tentación.
Después de que pasaran mis manos se murieron,
se me han difunto un hijo y un verso en un jarrón.
El mundo tiene bromas que dan miedo
y no debés buscarle más argumentación.
Recuerdo que tenías yuchanes en los ojos
y un sabor a semillas y a panificación.
Si dicen que te olvido, reíte, sabés cómo
el sueño me ha enfermado tu boca bermellón.
Sabés que sos mi luto que nunca se termina,
que vos sos quien me arrima mi desesperación.
Recuerdo que tenías dos ceibos en los ojos
y un perfume de fruta casi en germinación.
Recuerdo que tenías la música por dentro,
sonando a lo incurable de mi desolación.
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De: «𝘔𝘦𝘥𝘪𝘰 𝘴𝘪𝘨𝘭𝘰, 𝘤𝘪𝘦𝘯 𝘢ñ𝘰𝘴» (1988)
(Fuente: Grover González Gallardo Poesía)
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