tres poemas
Verde
1.
Ver
crecer la más alta hoja de la palmera imperial, el verde enrollado
todavía en lo alto de la gran columna que es una palmera, aunque más
ágil, de tan ligera. Podría imitar aquí esa subida frágil, el finísimo
latir de las hojas al viento, en verano, y describir la larga nave entre
las dos fileras de palmeras, las columnas bajo ningún techo, el verde
azul de las flechas por abrir.
Pero,
¿cómo no fijar de más la vibración de los troncos altos, la inclinación
de los capiteles y lo que hace más derecha a una palmera que la columna
más derecha, más alta incluso que su altura? Y, ¿cómo saber por qué
razón, en esta palmera, la más alta hoja aún elegante contra el cielo
yergue quien la ve como la brisa haría volar un pedazo de papel, o quien
de todo el peso se perdiese más allá de la mirada?
2.
La
mañana trajo el calor por el que esperábamos hace tanto tiempo. Algunos
árboles arriesgan un poco de verde, muy poco todavía, anteviendo la
diferencia que habrá mañana, de aquí a días, las grandes copas cargadas
de hojas. Pero todo se sucederá casi imperceptiblemente, y no como en el
paso de cebras, antes de atravesar la calle: «para que se ponga verde,
pulse aquí». La gran fábrica de verde es lenta, trabaja a deshoras, en
la oscuridad, y no tiene (felizmente) ningún mando en la superficie.
~
Amarillo
En
Silves esa vez, el amarillo no sería bien un color, era el perfume de
un naranjal en flor, tan envolvente que parecía cosa más de color, e
intensísima: el amarillo reverberaba en los ojos, en la nariz, en el
zumbido de los insectos. Habíamos entrado en ese naranjal para
atravesarlo, pero fue él al final que nos traspasó de punta a punta. Más
tarde, un escultor creó en el centro de una gran pared (6mx6m) un fondo
que no se veía (x3m) y lo cubrió por entero de pigmento amarillo. El
efecto óptico era tal que el amarillo se soltaba y reverberaba en el
aire, como una exhalación: el naranjal de Silves otra vez, el mismo
aroma en flor, el mismo color, aunque en la relación inversa. Más tarde
aún, un poeta escribió esto de otra manera. Dijo él que «delante de los
limoneros crecía el aire amarillo / dedicado / a quien por allí se
lucía». Como si humanamente hablase por los ojos de los insectos
atolondrados en el calor. Fue cuando yo supe que la sinestesia es lo más
humano de los puntos de vista no humanos: ver con todos los sentidos
juntos, como si ver no exigiese ninguna creencia. Como la música.
~
Siringe - III
Herramientas sucias, parrillas justas,
justificaciones – no quería justificar
nada, sólo decir: veo. O sino: sé.
La cara exterior del lado de dentro
no se distingue de la
cara interior del lado de fuera;
fina membrana, la misma vibración.
Pensaba en ese órgano traductor usado por las aves: siringe,
el lado de dentro del lado de fuera del pájaro,
que es obviamente este donde estoy,
estamos. El lado que no canta sino mimeografiado.
Siringe: analizar la cuestión de saber si las aves
son cantoras sólo porque sin ellas el mundo
no cantaría. La belleza del mundo necesita aves,
¿banda sonora? Un arco de violín en el borde de la mesa
hace vibrar ínfimos gránulos sobre la superficie lisa, y
ellos dibujan patrones geométricos, ordenan el espacio.
Nosotros, no. Muchas veces, no. Gritos y más gritos en el desorden
de los cristales rotos, tiros, granadas, explosiones.
Schön, shine, el mismo origen; brillo, belleza.
Los grillos no tienen siringe. ¿Qué esconden
de semejante bajo las alas? Cuando cantan
la luz queda más plateada,
aunque sean dos órdenes diferentes de acontecimientos.
¿Empezaba a entender un poco mejor?
Un año después, a siete mil metros de altitud, leía estas notas.
El sonido de las turbinas del avión nos mantenía en el aire,
vibraba. A esta altura ya ningún ave canta; y sin embargo, imitamos así
la siringe de las aves, las alas de los grillos, patosamente, roncamente.
La jeringa recoge, transporta, inocula. Materia
contra materia en el desplazamiento del aire; nosotros, que no somos de aquí,
que tal vez hayamos venido únicamente para esto:
el asombro y la traducción.
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
/
Verde
1.
Ver
crescer a mais alta folha da palmeira imperial, o verde enrolado ainda
no cimo da grande coluna que é uma palmeira, embora mais ágil, de tão
leve. Podia imitar aqui essa subida frágil, o finíssimo pulsar das
folhas ao vento, no verão, e descrever a longa nave entre as duas fiadas
de palmeiras, as colunas sob nenhum tecto, o verde azul das flechas por
abrir.
Mas
como não fixar em demasia a vibração dos troncos altos, a inclinação
dos capitéis e o que faz mais direita uma palmeira que a coluna mais
direita, mais alta até que a sua altura? E como saber por que razão,
nesta palmeira, a mais alta folha ainda a prumo contra o céu ergue quem a
vê como a aragem faria voar um pedaço de papel, ou quem de todo o peso
se perdesse além de olhar?
2.
A
manhã trouxe o calor por que esperávamos há tanto tempo. Algumas
árvores arriscam um pouco de verde, muito pouco ainda, a antever a
diferença que haverá amanhã, daqui a dias, as grandes copas cheias de
folhas. Mas tudo se passará quase imperceptivelmente, e não como na
passadeira, antes de atravessar a rua: «para obter o verde, carregue
aqui».
A grande fábrica de verde é lenta, trabalha a desoras, no escuro, e não tem (felizmente) nenhum comando à superfície.
~
Amarelo
Em Silves dessa vez, o amarelo não seria bem uma cor, era o perfume de um laranjal em flor, tão envolvente que parecia coisa mais de cor, e intensíssima: o amarelo reverberava nos
olhos, no nariz, no zumbido dos insectos. Tínhamos entrado nesse
laranjal para o atravessar, mas foi ele afinal que nos trespassou de
ponta a ponta. Mais tarde, um escultor criou no centro de uma grande
parede (6mx6m) um fundo que não se via (x3m) e cobriu-o por inteiro de
pigmento amarelo. O efeito óptico era tal que
o
amarelo se soltava e reverberava no ar, como uma exalação: o laranjal
de Silves outra vez, o mesmo aroma em flor, a mesma cor, embora na
relação inversa. Mais tarde ainda, um poeta escreveu isto de outra
maneira. Disse ele que «defronte dos limoeiros crescia o ar amarelo /
dedicado / a quem por lá se luzia». Como se humanamente falasse pelos
olhos dos insectos atordoados no calor. Foi quando eu soube que a
sinestesia é o mais humano dos pontos de vista não humanos: ver com os
sentidos todos juntos, como se ver não exigisse crença nenhuma. Como a
música.
~
Siringe - III
Ferramentas sujas, grelhas justas,
justificações – não queria justificar
nada, apenas dizer: vejo. Ou então: sei.
A face exterior do lado de dentro
não se distingue da
face interior do lado de fora;
fina membrana, a mesma vibração.
Pensava nesse órgão tradutor usado pelas aves: siringe,
o lado de dentro do lado de fora do pássaro,
que é obviamente este onde estou,
estamos. O lado que não canta senão mimeografado.
Siringe: equacionar a questão de saber se as aves
são canoras apenas porque sem elas o mundo
não cantaria. A beleza do mundo precisa de aves,
banda-sonora? Um arco de violino no rebordo da mesa
faz vibrar ínfimos grânulos sobre a superfície lisa, e
eles desenham padrões geométricos, arrumam o espaço.
Nós, não. Muitas vezes, não. Gritos e mais gritos na desordem
dos vidros partidos, tiros, granadas, explosões.
Schön, shine, a mesma origem; brilho, beleza.
Os ralos não têm siringe. O que escondem
de semelhante sob as asas? Quando cantam
a luz fica mais prateada,
mesmo se são duas ordens distintas de acontecimentos.
Começava a entender um pouco melhor?
Um ano depois, a sete mil metros de altitude, lia estas notas.
O som das turbinas do avião mantinha-nos no ar,
vibrava. A esta altura já nenhuma ave canta; e todavia, imitamos assim
a siringe das aves, as asas dos ralos, desajeitadamente, roucamente.
A seringa recolhe, transporta, inocula. Matéria
contra matéria na deslocação do ar; nós, que não somos daqui,
que talvez tenhamos vindo mesmo só para isto:
o espanto e a tradução.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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