sábado, 18 de junio de 2022

Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, Argentina, 1954)

 

De "El viento que hay acá afuera"




 
 
 
Foto con águila mora                

El vecino atrapó un pichón de águila mora 
en su campo de las sierras y ahora vive
a resguardo en los fondos de su casa. 
¿A quién se le ocurre traer un águila
y ofrecerle una vida doméstica y familiar? 
Al vecino, que es la persona más buena 
que cualquiera se pueda imaginar.
La alimenta con carne cruda de oveja 
que el águila deshace con sus garras 
afiladas y su pico en forma de gancho. 
Con su plumaje gris oscuro, azulado,
el vientre blanco y el pecho negro, 
anda suelta en el patio durante el día. 
Creció con las alas recortadas, se la ve
corretear entre el deseo y la decepción. 
En uno de los intentos logró saltar 
el muro de allá y quedar parada 
en el muro de acá; asombrada posaba 
la mirada en cada uno de nosotros 
moviendo rápido su cabeza pequeña. 
Ni al acercarnos con la peligrosa tentación 
de la curiosidad logramos inquietarla; 
no se iba, no se quería ir, se encontraba 
a gusto en esa altura de privilegio. 
Alguien fue a la casa por la cámara de fotos, 
nos inclinamos para entrar en cuadro, 
unos en cuclillas, otros de rodillas. 
La imagen de apuro salió nítida: estamos 
posando a sus pies, el águila mora se ve 
sobre nuestras cabezas con las alas plegadas, 
como un dios que ha bajado los brazos.
 


Saber y no saber

“Entre no saber nada y saber lo que los otros
quisieron que supiera 
debí elegir lo primero”,  
Joaquín Giannuzzi, Historia nacional.
A la mañana digo saber y a la tarde no saber, 
no sé qué es esto y a veces no puedo saber 
qué es lo otro, por cosas así me siento 
una especie defectuosa de vagabundo mental, 
una manzana criolla cortada por la mitad, 
ni bromista amateur ni trágico profesional. 
Otros andan con un cuchillo en la cabeza 
y no se quejan: así que, JC, a otro lado 
con el lamento y a recorrer a pie los mil 
pormenores del camino, si no hay camino 
a elevarse unos centímetros del suelo y levitar,
y no es levitación lo que nos salva de lo real, 
como el día que manejé a 140 km x hora 
del pueblo a la ciudad a orillas del mar 
para ver a mi padre en terapia intensiva 
con infarto agudo de miocardio.

Sé y no sé lo que es un viaje, sé y no sé 
lo que es real en el movimiento. 
Siempre tengo la corazonada de que algo ocurre 
sin que lo sepa, o la inminencia, y nada más, 
de que algo va a ocurrir y vivir para eso. 

A la mañana digo saber y a la tarde me callo la boca. 
Cuando me pierdo, mi memoria es mi camino, 
pero no asegura nada, lo sigo como se pasa 
el dedo por un vidrio empañado.
 
 


El viento que hay acá afuera
La Carta de Oliver, 
Buenos Aires, 2021










Foto: Diario NCO
 
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)

 

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