Aguardando su ejecución
Traducción de Jaime Nualart
(Fuente: Descontexto)
(Fuente: Descontexto)
Sihara Nuño es una poeta, aforista y librera nacida en México en 1986. Es autora de los libros de poesía Anatomía (Editorial Polibea, 2018), Hipopotomonstrosesquipedaliofobia (Baile del Sol, 2017), La casa que nos habita (Ediciones Liliputienses, 2017), Los cerdos también sonríen (Editorial La Zonámbula, 2016 Guadalajara, Jalisco), Los monstruos se disfrazan de flor (Biblioteca Virtual Revista Mal de Ojo, 2016, Santiago de Chile) y Poemas para leer después de un tiempo (Plaquette; Meretrices, 2009). Ha participado en antologías como El cántaro a la fuente (Gnomon, 2020), Medios Infinitos (Editorial Salto Mortal, 2013) y Poesía Emergente Malasangre (Edición Cartonera, 2012). Como aforista ha publicado Enormidad (La Isla de Siltolá, 2018).
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Sesgo cognitivo. Sesgo poético. Agujero de gusano.
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Sesgo poético, entonces el poema: la alacena vacía.
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Me disgustan las cosas absurdas, no el absurdismo. Este último aunque irracional, requiere del esfuerzo cognitivo para ser comprendido y ejecutado.
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El necesario llanto.
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También de tristura se vive.
(Fuente: Zenda libros)
Explosión poética, descompresión del poema.
La composición casi cuántica del verso, casi atómica,
poco poética;
casi cuántica, a veces cáustica.
La lavadora no engorda y la radio no me contesta.
Nanocentrismo empírico, nada estilístico;
la palabra desahucio, todas las vocales onomatopéyicas
y la energía etcétera.
Los neutrinos atraviesan el verbo;
carnicerías y mercados venden relámpagos apagados.
4 % de la materia conocida conforma el universo,
sólo el 4 % nos es familiar.
Familiar por decir algo.
Los números primos por ser los primeros, si subo el
punto bajo el cero.
El microondas es nocivo para el pensamiento.
La salud es cosa de pocos, el refrigerador no hace
escarchar
y no congela el tiempo, envejecemos.
Morir es natural, como la naturaleza de un caramelo.
Energía oscura y materia oscura, eufemismo para
nombrar lo que no sabemos.
75 % de negritud fluctuando desconocidamente;
21 % de oscuridad que no refleja ni emite luz.
Para ver es necesario desenfocar la vista, para saber…
¿Quién sabe?
Las cucarachas, ayer llamaron a mi puerta, traían con
ellas la verdad, pero yo estaba indispuesta.
Radioactividad estratosférica, casi política, más bien
masiva.
Las ondas gravitatorias se fueron a un campamento,
creían que era de verano
pero era un campamento frío de refugiados.
La fuerza de algunas cosas no desgarra la realidad, no
la atraviesa,
ni la descompone, el cascarón no se rompe.
De pronto la nada lo es todo, siempre lo ha sido;
la raíz cuadrada del infinito multiplicándose
por un cerebro impreciso.
En la despensa todos los elementos químicos, pero
no me sé ninguna receta.
Retroceder en el tiempo, las manecillas del reloj se
escapan de mis dedos.
Dedos gordos, casi torpes, casi aletas escurridizas y
no pueden detenerlos…
no, no detenerlas, las manecillas.
El ordenador habla conmigo, me da las últimas
noticias:
“En promedio el ser humano habla consigo mismo
de entre 600 a 1000 mil palabras por minuto”.
La filtración de la luz
Chamán Ediciones
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
a Luis Benedit
la distancia entre
yo
y ese perro
vestido
de huesos
es su altiva intemperie
sin otro modo
(Fuente: Isaías Garde Textos en transición)
Algunas baladas de tradición oral recogen con más o menos detalle el motivo de la prisión[1], y en concreto el de las penas padecidas en ella. En muchos casos el sufrimiento que la privación de libertad y la soledad producen se expresa intensificado por el hecho de penar en primavera, tiempo en el que los sentidos se despiertan del letargo invernal y el cuerpo –y el amor en consecuencia- se siente más cerca que nunca de la naturaleza.
Tal trágica ocasión expresa el viejo romance de El prisionero, muy difundido en todo el mundo hispánico, cuya historia suele desenvolverse como en esta versión zamorana: “Mes de mayo, mes de mayo, mes de las fuertes calores, / cuando los toros son bravos, los caballos corredores, / cuando los trigos encañan, los lirios están en flores, / Las damas andan en gala, los galanes en jubones. / Cuando los enamorados regalan a sus amores: / quién los sirve con naranjas, quién los sirve con limones, / quién los sirve con manzanas, el fruto de los amores. / Pero yo, triste de mí, metida en esta prisión, / sin saber cuándo amanece, ni cuando arrayaba el sol; / si no es por tres avecicas, que me cantan al albor: / la primera es la calandria, el otro es el ruiseñor, / la otra la tortolica, que anda sola, sin amor: / no se posa en el romero, ni en ramos que tengan flor, / que se posa en las aradas a la sombra de un terrón, / a recoger el granito que derrama el labrador. / Ahora, por mis pecados, no sé quién me las mató; / ¡malhaya sea la escopeta, malhaya sea el cazador!”
Es muy probable que la enorme vitalidad del romance en la oralidad tradicional se haya debido a la concentración de significados que en la mayoría de las versiones se produce en torno a la primavera, y más en concreto al contraste dramático entre el expansionismo vital y erótico de esa época del año y la oscuridad y el aislamiento en que vive el protagonista. Al hilo de ello, la balada incorpora en ocasiones un estribillo goliardesco (“¡vitor vitanda!”, ¡viva lo prohibido!) vinculado al goce amoroso carnal.
Pero no es menos cierto que El prisionero es un relato que sugiere algún elemento misterioso, lo no dicho, la causa de la prisión, escondido quizás bajo la potente advocación de la cebada, los trigos, los lirios y los pájaros. En ellos –y especialmente en las aves- se concentra un simbolismo que podría desvelar el secreto.
Siguiendo una tradición que se remonta al menos hasta Anacreonte, la poesía amorosa (culta y popular) de los siglos XV y XVI convocó con frecuencia a los pájaros como mensajeros de amor, siendo los favoritos el ruiseñor y la calandria, cantor nocturno el primero, anunciadora del alba (y, por tanto, de la separación de los amantes) la segunda. La tradición literaria habla, además, de que el ruiseñor no simboliza el legítimo amor conyugal, sino la lujuria y el adulterio. Al hilo de esta simbología, puede interpretarse que tras el llanto de El prisionero hay un relato (perdido) que se referiría a que la cárcel del protagonista viene impuesta por un amor adúltero, y por el consecuente castigo de un marido celoso; y con el mismo fundamento cabría leer que el ruiseñor y la calandria, -siendo las aves que despiertan la melancolía del cautivo por el amor perdido, y siendo por demás el único consuelo de éste- caigan atravesadas por la ballesta furiosa de ese mismo marido, que así eliminaría cualquier rastro del adulterio.
Sea como fuere, leer y oír el romance del anónimo cautivo no puede dejar de evocarnos el momento milagroso del “alba del romancero”: la fecha, 1825; el lugar, la Cárcel de Señores de Sevilla. Allí, sufriendo prisión real a manos del absolutismo de Fernando VII, el bibliófilo Bartolomé José Gallardo, romántico y liberal, compartió celda con dos hombres de Marchena, quizás gitanos, Curro el Moreno y Pepe Sánchez. Ellos le cantaron a Gallardo los romances de Gerineldo y de La boda estorbada, y pudo reconocer en ellos el intelectual la prodigiosa supervivencia de viejas baladas a través de generaciones y con el único soporte de la voz y la memoria. Gerineldo, el relato que recoge los amores ilícitos de la hija de Carlomagno, Enma, con su paje Eginardo, también principia en muchas versiones con versos de El prisionero, que en aquella cárcel sevillana seguro que hubieron de sonar, más que nunca, como el bálsamo y la melancolía que la evocación de la primavera llevan a cualquier encarcelado.
San Juan entre lirios
“Aquí lirios y allí lirios / todo el campo está enliriao / y en medio de tanto lirio / está mi amante acostao” cantaron las mujeres en la Sierra de Cádiz hasta hace algo más de medio siglo cuando, por estas fechas, montaban los columpios en nogales, pinos, olivos, chaparros, encinas, alcornoques o quejigos de ramas robustas, y acudían allí a sanjuanearse. La evocadora imagen del amante dormido entre las flores sostiene la creencia milenaria de uno de los atributos místicos de San Juan, heredado de una serie de figuras sagradas. Los romanos, por ejemplo, creían que Attis estaba muerto o dormido durante el invierno, esperando la estación templada para despertar, igual que las semillas aguardan el hálito de la primavera.
San Juan difiere del resto de los santos porque en su día se celebra su nacimiento, y no su muerte. El momento culminante del cielo que simboliza el 24 de junio (los planetas alineados y el sol en su máximo declinar) reúne una ritualidad diversa, concentrada no obstante en torno a tres elementos: el agua, el fuego y la vegetación. Los tres apuntan a un sentido purificador y fertilizante y se materializan en una amplísima serie de prácticas folklóricas que tienen que ver con el amor y con la renovación de la vida.
En aldeas y pueblos de España fue habitual durante siglos que las mujeres yermas, en la noche del solsticio de verano, acudieran a la playa, al río o a la fuente en busca de un agua sanadora y fertilizante; y también fue común en esa noche la realización de prácticas adivinatorias sobre el futuro amoroso: las solteras vertían un huevo en un vaso de agua y, según la forma que adquiriera, podían saber el oficio del futuro esposo-amante (carpintero, si en el vaso se “veía” una mesa, labrador si era un arado…), o guardaban una flor de cardo bajo la almohada que, si al amanecer había abierto, presagiaba una pronta boda.
Fue tanta la fuerza y la persistencia de los ritos del solsticio de estío en la antigua Europa, que la Iglesia, siempre preocupada por los avances del paganismo, parece que aprovechó la conexión de San Juan con el bautismo para dar un color cristiano a la exuberante fiesta acuática y vegetal. Lo hizo, eso sí, haciendo que San Juan heredara los más atractivos atributos de los dioses paganos (“Havemos repartido entre nuestros Santos los officios que tenían los dioses de los gentiles”, advertía Alfonso de Valdés en el siglo XVI), de modo que el Santo verde (como también se le conoció) heredó de Apolo sus rasgos milagrosos.
Pero ni la cultura popular ni la literatura más sensible aceptaron nunca a San Juan como el simple y piadoso primo de Jesucristo, y su dimensión mágica y erótica prevaleció en nuestra memoria cultural: en coplas que hablan de que en el amanecer del 24 de junio se hacen visibles monedas y tesoros enterrados (“Mañanita de San Juan, / mañanita linda y clara, / cuando las piedras preciosas / saltan y bailan el agua”), en la Divina Comedia de Dante, en la que San Juan-Apolo es el santo de la luz, “antorcha que ardía y alumbraba” (Canto XXXI), en El sueño de una noche de verano de Shakespeare, donde la magia del amor sólo puede acaecer en esa “Midsummernight” que los españoles románticos tradujeron como “Noche de San Juan”, o en El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, donde la danza del fuego, del agua y del erotismo se ubica en esa misma noche.
El seductor y apasionado Apolo, el Santo verde somnoliento, el deslumbrante Attis, el pícaro duende Puck… esperan cada año la noche del solsticio de verano para hacernos renacer. Puede que no exista el príncipe azul (que al fin y al cabo es un mito anglosajón ajeno a nuestro paisaje), pero con toda certeza siempre hay un amante durmiendo entre los lirios a punto de despertar. Conviene estar subida en el columpio cuando eso ocurre.
[1] Véase Ruiz, 2012
María Jesús Ruiz. Un mundo sin libros. Ed. Lamiñarra. Pamplona, 2018
Fotografía: Presas políticas en la cárcel de Segovia, años 40.
(Fuente: Voces del extremo)
Fotografía de Charlie Davoli |
(Fuente: Emma Gunst)
Entonces
Podría rozar mi mejilla con alas errantes,
Podría hablar con tono emocionante y ligero
De ojos que arguyen, de tenues cosas no dichas.
Una polilla de los ocultos jardines de la noche.
Entonces
Desde una tierra de colinas,
donde reposa el crepúsculo,
Vendría al oído el repentino canto de un pájaro,
Pálido y lejano, a través de las montañas.
Oh corazón, cuán dulce...
escuchado a medias, por completo querido.
en Entre dos lluvias y otros poemas, 2020
Traducción de Carlos Almonte
The message
(Fuente: Descontexto)
Elinor Wylie nació en Somerville, Nueva Jersey, el 7 de septiembre de 1885. Sus colecciones de poesía incluyen Black Armor (George H. Doran Company, 1923) y Angels and Earthly Creatures (Alfred A. Knopf, 1929). Murió el 16 de diciembre de 1928.
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Escape
Cuando los zorros acaben con las uvas doradas
y el último antílope blanco sea asesinado,
dejaré de pelear y me escaparé
a una pequeña casa construida por mí.
Pero primero me reduciré al tamaño de un hada,
con un suspiro que nadie comprenda,
haciendo lunas ciegas de todos tus ojos
y caminos embarrados de tus manos.
Y puede que me busques en vano
entre las raíces de los manglares,
o bajo la lluvia con aroma a manzana,
donde los plateados panales cuelgan como frutas.
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Escape
When foxes eat the last gold grape,
And the last white antelope is killed,
I shall stop fighting and escape
Into a little house I’ll build.
But first I’ll shrink to fairy size,
With a whisper no one understands,
Making blind moons of all your eyes,
And muddy roads of all your hands.
And you may grope for me in vain
In hollows under the mangrove root,
Or where, in apple-scented rain,
The silver wasp-nests hang like fruit.
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Extraído de © Academy of American Poets | Traducción de Juan Arabia | Buenos Aires Poetry 2022
(Fuente: Buenos Aires Poetry)
Cada vez que pequé una puerta se abrió a medias y los
[Ángeles
que nunca me encontraron lo suficientemente virtuosa
[como para ser bella
volcaron el jarrón de flores que era sus almas.
Cada vez que pequé era como si una puerta se abriera
y lágrimas de compasión cayeran sobre el césped.
Y aunque la culpa me expulsó de los cielos como una espada,
cada vez que pequé una puerta se abrió a medias y aunque
[los hombres
me hallaban fea, los Ángeles me hallaban hermosa.
Mis razones para ello:
1. Los hombres me veían hermosa, los Ángeles me veían
[fea.
2. Cada vez que pensé que podía ser hermosa, los ángeles
me dijeron No.
3. Cada vez que abrí la puerta trasera, mi alma estaba ahí
en la hierba, expulsada del cielo - donde no se me hallaba
hermosa.
4. Cuando los hombres me dieron flores, los ángeles estaban
en el jarrón, diciéndome que había pecado, mi virtud esta-
ba medio llena, y yo no era hermosa.
5. Aunque les ofrecí mi culpa, me mantuvieron apartada con
una puerta.
6. Cada vez me incliné a un costado, mis lágrimas cayeron
sobre un ángel cuya compasión bloqueó la puerta como una
espada, y nunca me dejaron entrar.
7. Quiero que todos me encuentren hermosa.
Aunque podemos imaginar que los Ángeles son hermosos,
hay una evidencia de lo contrario. ¡Por ejemplo, el Ángel
que blandió su fiera espada cuando expulsó a nuestros Pa-
des del Edén debe haber sido espantoso! De igual modo,
los Ángeles pueden ser menos compasivos de lo que supo-
nemos; seguramente nosotros, también, abandonaríamos la
noción de la virtud si entreviéramos los pecados del Hom-
bre cada vez que nos atreviéramos a abrir nuestra puerta.
¡Qué horrible debe parecer nuestro mundo, qué lleno de
culpa! Las cosas que el Hombre crea -una foto, un jarrón,
aún una Catedral- nunca serán ni la mitad de hermosas que
una flor que brota del pasto, o la lluvia que son las lágrimas
de Dios. Debemos sacarnos el sombrero ante los Ángeles,
solo ellos saben por qué nos toleran.
Melisanthi, cuyo verdadero nombre es Eva Chougia, nació
en Atenas en 1907. Estudió francés, inglés, alemán, música
y filosofía. Fue profesora de francés y periodista.
Este es su poema más famoso.
Murió en 1991.
Las tres versiones son de la poeta norteamericana Kathryn
Maris, nacida en Nueva York, y que vive en Londres desde
1999.
Me parece que esta poesía a la segunda potencia, es decir,
poemas-versiones acerca de un poema "ajeno", es un territo-
rio rico en posibilidades. Digo "ajeno" justamente para sub-
rayar que sin despojar de la autoría al poeta inicial, se utili-
za la polisemia del poema logrado para recrear otros poemas
invisibles. Hay que animarse. Kathryn Maris lo hace.
Countee Cullen (1903-1946) fue una de las voces más representativas del Renacimiento de Harlem. Cullen ingresó a la Universidad de Nueva York después de la secundaria. Casi al mismo tiempo, sus poemas se publicaron en The Crisis, bajo la dirección de W. E. B. Du Bois, y Opportunity, una revista de la National Urban League. Poco después fue publicado en Harper’s, Century Magazine y Poetry. Ganó varios premios por su poema «Ballad of the Brown Girl» y se graduó en la Universidad de Nueva York en 1925. Ese mismo año publicó su primer volumen de versos, Color (Harper & Bros., 1925), y fue admitido a la Universidad de Harvard, donde completó una maestría en inglés. Cullen continuó publicando varias colecciones de poesía más, incluidas On These I Stand: An Anthology of the Best Poems of Countee Cullen (Harper & Bros., 1947), The Black Christ and Other Poems (GP Putnam’s Sons, 1929) y Copper. Sol (Harper & Bros., 1927)
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A BROWN GIRL DEAD
With two white roses on her breasts,
White candles at head and feet,
Dark Madonna of the grave she rests;
Lord Death has found her sweet.
Her mother pawned her wedding ring
To lay her out in white;
She’d be so proud she’d dance and sing
To see herself tonight.
1925
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UNA JOVEN MORENA MUERTA
Con dos rosas blancas en su pecho,
blancas velas en los pies y cabeza,
Madonna morena de la tumba descansa:
el Señor Muerte la ha encontrado dulce.
Su madre empeñó su alianza
para mostrarla de blanco;
ella estaría tan orgullosa que bailaría y cantaría
para verse esta noche.
1925
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Extraído de Concise anthology of American Literature, Nueva York: Macmillan Publishing Company, 1985, p. 1704 | Traducción de Ignacio Oliden
(Fuente: Buenos Aires Poetry)
Callejero de Manglar (Lastura, 2022).
(Fuente: Voces del extremo)