martes, 3 de septiembre de 2024

Marina Aoiz Monreal (España, 1955)

 

4 poemas de ISLAS INVERNALES 



 


Más fuerte que una misma


De qué te sirve

fingir desastres a brazo partido.

Que fuiste la invitada del lago sagrado,

ya lo sabes.

Nunca olvides que ungida del bosque

y su luz en llamaradas.

No. No se puede escribir

sin la fuerza del cuerpo,

te inocula Duras

su veneno de adelfas.

Hace falta ser más fuerte

que una misma

para abordar la escritura y en ti

se han quebrado dos eclipses

como secos y huecos tallos de hinojo.

Sospechas

que un huésped de la niebla

profanó la hierba de tus ojos

porque un escozor de tinta densa te ciega.

Que a orillas del lago

las cenizas de los muertos

rozaron tus cabellos, lo sabes.

También sonaron crótalos y campanillas

mientras los niños-dioses abrían para ti

las cáscaras de huevos azules.

Guirnaldas de jazmines y azahares

orlaban tus anhelos.

De qué te sirve... Cierra los ojos. Descansa.




Cicatrices


Recorriste la tierra enrojecida

confundida entre guijarros y líquenes.

Sobrecogida regresaste al submundo

de las raíces de olivo

donde te fue revelada

la hermosura del silencio.

La historia de aquella mujer desterrada,

poeta,

que quiso ser uncida como un caballo,

latía durante tu ahogo.

Lo que tú perdiste

entre las cicatrices de la tierra,

lo que se llevó el agua y el fuego,

se apiada de ti.

Te pregunta Eunice Cohen:

¿Quién no se perdería

para recuperar la voz?

Mejor calla. No respondas

desde la turbidez rabiosa

del infiernillo de la ciénaga. Empapa

tu pan de cereales en el aceite más puro.

¿No sientes un rayo de sol atravesar

como espada de fuego tu garganta?

Mientras sueñan la niña y los petirrojos,

y ni un solo pétalo de nieve se mueve,

la tarde se esconde

dejando en las pupilas

el inventario de todo lo posible.




Soberanos de la ciénaga


(A Gabalzeka Teatro, por su labor de 40 años, infatigable)


ACTO I

Si nos encerramos en una habitación sin ventanas

a contemplar algunos cuadros de la serie negra de Goya.

Si imaginamos a los miserables de Víctor Hugo

cacareando entre la mugre de un espeso gallinero.

O subidos a la barca de Caronte,

recorremos las aguas oscuras de la Estigia

con una humedad de ultratumba

taladrándonos los huesos.

Si el arcángel de la muerte

nos acaricia con sus plumas marchitas

y las chinches nos muerden las entrañas

hasta dejarnos sin una sola gota de sangre.

Si nos convertimos en reyes de la zahúrda,

soberanos de la ciénaga,

mendigos de los sueños,

una voz de fango salida del mismísimo infierno

asegurará que Dios ha dejado de creer en nosotros

y ningún milagro nos salvara.

Réquiem por todos los menesterosos.

Pusilánimes, impíos, muertos vivientes,

desdichados eternos.

Las cosas malas se hacen eternas.

Eternas la lluvia, el frío y el hambre de eternidad.


ACTO II


-¡PERDÓNALOS!, masculla entre dientes

la voz de la inocencia

cuando el día se abre con su túnica rosada

en el alma de la criatura más desvalida de la escena.

(Mansos de corazón sed bienaventurados).

Vosotros los amados.

La que vive y muere en la blancura,

atraviesa ligera el espacio con sus alas de paloma.

La respiración contenida.

Por fin los aplausos. Y una lágrima que solitaria resbala.


(Soberanos de la ciénaga está inspirado en la representación de Gabalzeka Teatro de la obra

Cuando la vida eterna se acabe, de Eusebio Calonge).




Muchacho mordido por un lagarto


(Caravaggio)


I

Rosa de nácar prendida en el cabello

por el amor perentorio. Bebedora insaciable

de un agua noble brotada del manantial del sueño.

Él viste acaso sábana que sabe demasiado.

El éter de esa rosa de sed se mezcla con el deseo

en la habitación del miedo, donde la luz abrasa.

Ardor de cuerpos en el crescendo de la tarde.

Hambre de cerezas para aliviar la soledad

de cierto abandono tras el placer inesperado.

La luz, fuego en la boca y en el hombro,

se derrama sobre la tela blanca. Ha mordido

unos labios, ha mordido los dedos rosados

con sabor a fruta demasiado ácida y ya es hora

de succionar el dulzor de la carne vegetal,

sin los gusanos del arrepentimiento. Por eso huye

de la alcoba hacia el rincón de las viandas.

Entre los frutos, cómplice de ocultas espinas

de la rosa húmeda, un lagarto se agarra a la uña tierna

con sus pequeños dientes afilados. El dolor punzante

del dedo corazón asciende por el brazo. Frunce las cejas.

Grita. Saturno ríe a carcajadas. La vida quema.


II


La intimidad se descompone en el interior del búcaro

y el agua se torna roja en la lucha de luz y sombra.

Todo se oscurece. El viento de las negras mariposas

agita las ocres cortinas de la estancia. Juventud,

fragilidad del tiempo, semillas encerradas.

La muerte agazapada en el llanto contenido. La sangre

no distrae la creciente pasión de pinceles y pigmentos.


(Sobre la pintura Muchacho mordido por un lagarto de Caravaggio, se especula si el joven es el propio

artista o se trata de su amigo pintor, el siciliano Mario Minniti. Sea quien sea el modelo, el cuadro resulta

inquietante y la expresión de dolor del rostro transmite gran fuerza y emotividad).



Islas Invernales

Marina Aoiz Monreal

X Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”

Colección Daniel Levi. Córdoba, 2011.

(Fuente: Voces del extremo)

 

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