𝐃𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐮𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐥𝐩𝐚𝐦𝐚𝐲𝐨…
Desde la cumbre del Alpamayo puedes ver el Golfo de México --dijo padre
y yo aluciné los manatíes de la costa de Tampico y las tortugas de Veracruz
pero también los delfines moteados atravesando el canal de Yucatán rumbo a Florida.
Yo nunca habría de subir al Alpamayo aunque nada me lo impide.
Y poco tienen que ver las nieves bordadas de azul de esa cumbre gélida
con las doradas arenas del Golfo y su feliz fauna y vegetación.
[De estos falsos recuerdos se alimenta también nuestra memoria.]
Cuando padre murió —me dicen— vio la nieve del Alpamayo derretida
y vio manatíes flotando panza arriba en aguas turbias, pero
ya no vio más la ciudad de Yungay blanca como una niña muerta
ni el riscoso pueblo de Chavín donde una civilización nació y murió
estoneada por el San Pedro.
Así nomás somos:
envejecemos y nuestra vida es una enorme arpillera mal tejida,
hecha de retazos de imaginación, motas de verdad y hebras de deseo.
La vida abandona la acción y se entrega al recuerdo para traernos
manatíes y nieve, playas doradas y picos huraños, atunes de aleta azul y psicotrópicos; sin la mínima vergüenza.
A nosotros sólo nos queda creerle a ella antes de olvidarlo todo.
[La poesía es esa fina fibra de lino con la que zurcimos todo aquello.]
(Fuente: Lab De Poesía)
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