sábado, 28 de diciembre de 2019

Carlos Vicente Castro (México, 1975)


Un algo kitsch


No me contestes demasiado pronto, queridísima Frika: un diamante en bruto,
     díganlo si no los africanos en las minas,
es lo mismo que un trozo de carbón (lo que cueste es asunto de Wall Street).
Los siglos y siglos en el congelador de la tierra nos los entregan relucientes,
brillantes como los cerebros de algunos genios de la
     zoología, como algunos sabelotodo con quienes nos encontramos a un paso
     de hormiga,
en la fila de la caja rápida.
He ahí la brillantez con que los diamantes en bruto se nos presentan, como
     un botones mal vestido detrás de nuestra propina.
Yo prefiero guardar distancia, agrandar mi campo de energía oscura, densa como
     el vacío.
A mí me gustaría que los diamantes pudieran derretirse, y por qué no, beberse.
Sería un gran negocio.
Algunos no hemos pulido el estilo, andamos brutalmente desgarbados,
     las palabras se nos embotan de la boca, y si los diamantes bebidos
     nos aportan un algo kitsch, pues quién se negaría.
Claro que tendrían que ser digestivos, en eso la brillantez de nuestros
     científicos hace milagros —aunque no precisamente cuando nos referimos al
     estilo.
Ya ves, se me va el tiempo en explicarte que soy un bruto para entender
cuando me hablas de diamantes.





El blanco es no dar en el blanco


La hoja en blanco es una antigua amiga que de pronto se ha quedado en
     blanco antes de decir nada, ni bu como un fantasma bajo la sábana,
una postal de Nueva York que conseguimos en un bazar
sin jamás haber subido a la cima de la estatua.
No hay mujer que desista al impulso de soñarse en la parte más alta
de la hoja en blanco, con su vestido semiblanqueado ondeando como
     una bandera.
Pero sabes, querido Vitrubio, la historia, incluso las instantáneas personales
son sólo un intento por plagiar la realidad,
la verdadera historia está en las zonas blancas que manchamos con los dedos
     al pasar la rugosa página del día.
Pero el blanco me persigue como un oso polar hambriento entre odiosos
     témpanos de hielo mientras brindo contigo. Claro, oh Vitrubio, con mi vodka
     Absolut a las rocas.
Y mi blanco es no dar en el blanco.
Y blancas estrellas fugaces rayan la oscura fealdad del cielo.
Por eso te digo, a nada le tengo más miedo que a ser aplastado por el BLANCO.

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