Durante tantos años tuve hambre-
Hasta que llegó mi mediodía -mi hora de comer-
Temblando me acerqué a la mesa-
y probé el vino
extraño-
Era lo que había visto sobre otras mesas-
Cuando volvía, hambrienta, a casa
y veía por las
ventanas la opulencia
que no podía pretender para mí-
No reconocí la abundancia del pan-
Tan diferente
de las migajas
que los pájaros y yo compartíamos
en el comedor de la naturaleza-
La plenitud me lastimó -era algo tan nuevo-
Que me sentí
enferma -y rara-
como un fruto del árbol montañés-
transplantado al camino.
Tampoco estaba hambrienta ya -descubrí
Que el hambre
es algo que sienten
aquellos que miran por las ventanas
desde afuera
y que, entrando, lo pierden.
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