Hermandad
Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y accidentados,
amputados y aplastados por el dolor,
yo me he unido a ustedes
desde el grito sin descanso,
yo comulgué con ustedes
desde la miseria de un cuerpo
que se niega a obedecer,
un cuerpo autónomo en su forma de sufrir
de pedir un remedio
para el daño inaguantable.
Hermanos infartados,
tuberculosos y con delirium tremens,
con el pie baldado por la parálisis cerebral,
con el páncreas hecho trizas por la infección,
yo como de su mesa y mendigo su pan,
yo busco en la bella analgesia
el olvido de la sierra que pulveriza mis huesos,
yo comparto en la desgracia de un cuerpo
herido por la enfermedad,
la condición humana abyecta
que nos hace más hermanos
que el amor.
Hermanos sin alivio ni cordura,
hermanos en la escrófula y el herpes,
picados de viruelas, trozados por la peste,
ahogándose en un enfisema atroz,
yo sé lo que se siente cuando todo el universo
se reduce a un punto que entra en erupción
y la lava del dolor nos arrastra
nos crucifica
nos cunde
plegados en el grito y la experiencia del filo
en las entrañas o en el hueso.
Hermanos en el dolor del cuerpo,
hermanos en la bilis que se vuelca,
las células que, enloquecidas, se devoran a sí mismas,
en el aullido silencioso de la noche de hospital,
en la plegaria entrecortada rumbo al quirófano,
yo he comido la carne del delirio por el dolor
que no cesa,
he bebido el acíbar de la caricia que no calma,
he conocido la magia sin par de la morfina que de pronto sí,
de pronto envuelve los nervios calcinados
con su lienzo y su consuelo.
Hermanos cancerosos, hemipléjicos
o atravesados por una bayoneta,
somos la idéntica carne irredenta,
el mismo grito estentóreo o silencioso
donde claudica nuestra especie.
Cristina Piña (Buenos Aires, 1949), Meditaciones orgánicas. Ediciones Del Dock. Buenos Aires. 2014.
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