viernes, 2 de noviembre de 2018

José Sbarra (Buenos Aires, 1950-1996)


No nos une el amor

No, naturalmente, no nos une el amor
sobrevivimos sin amarnos
¿Cómo podríamos amarnos? Nadie ama a un desdichado
salvo que se trate de un hermoso príncipe de cuentos
y su desdicha sea sólo aburrimiento o hartazgo.

Nos cansa pronto escuchar un gemido
y más aún cuando no proviene de un bello infante Abandonado
en una cesta a orillas de un lago de garzas y
flamencos.

No, los desdichados estamos confinados a sobrevivir en
la soledad masticando nuestra humillación como un veneno
que nunca nos mata.

No, naturalmente, no nos une el amor
en todo caso, lo que nos une es un idéntico resentimiento
una misma rebelión, una rebelión
tan desmesurada que acaba por volverse
estéril. No es una rebelión genuinamente política ni
religiosa, es la rebelión
de nuestro origen contra sí mismo
de nuestra sangre contra sí misma
de nuestra nada contra la nada o
de nuestro cielo contra el cielo de los otros.
Es la rebelión de los que sufrimos porque deseamos algo
que no existe.

No, naturalmente, no nos une el amor
nos une el magnetismo de esta casa;
nos une este laboratorio del dolor;
nos une este cuarto que nos aísla del Insulto,
del bostezo indiferente de la calle,
de las lluvias heladas del invierno,
del sol ardiente del verano;
nos une este lugar en el que somos contenidos
y este tiempo que nos mide.

No, naturalmente, no nos une el amor
nos une la misma búsqueda
(o la misma fuga)
Nos unen, en definitiva, los mismos interrogantes,
las mismas ignorancias
y el mismo deseo (una bruta ansiedad)
por conocer al menos el por qué de nuestro sufrimiento.

No, naturalmente, no nos une el amor
nos une, en el mejor de los casos, el terror a la
soledad completa, la incapacidad de amar a otro ser
sin sentirnos inferiores y humillados.
Nos une un orgullo que se alza cuando más desmoronados estamos.
Nos une la incredulidad de que alguien diferente pueda
amarnos.

No nos une el amor
nos une la vergüenza.
Nos une el pudor de saber tan íntimamente cómo es el otro
y de no saber con la misma intimidad quién es el otro.
Nos une un raro temor, algo así como una envidia anticipada por si uno de los dos ingresa al mundo de los seres
dichosos.
Nos unen todas las bajezas visibles y las previsibles.
Nos une el fracaso como un pacto de niños,
firmado con sangre y alfileres.

No, no nos une el amor
ni la esperanza de alguna vez amarnos
nos une nuestro empecinamiento contra las insalvables
distancias que nos separan.
Nos une la inercia de dos esculturas que, comparten una
plaza: cada una sobre su piedra sin poder alejarse un
solo paso
pero también sin poder acercarse un solo paso.
Nos une ese acercamiento incompleto
ese mirarnos cada uno desde su altura
(o desde su miseria)
Nos une un largo silencio cargado de palabras
que pesan demasiado para decirlas así porque sí,
sin garantías de que no estallen en los labios al pronunciarlas.

No, no nos une el amor
que es un puente
lo que nos une es un abismo.
Nos une este lamento
que trazamos las tardes de lluvia como dos gatos
arrinconados por niños armados con piedras.
Nos une este lamento
como una esperanza involuntaria, inconsciente, de que él nos salve.

No, no nos une el amor
quizá sea el infortunio el que nos obliga a aferramos
con tanta vehemencia,
quizá sea este viento por el que nos dejamos arrastrar
o quizá sea esta penumbra que nos desdibuja.

No, no nos une el amor
nos une el acicate de una soledad idéntica y diferente
y no es únicamente el temor a la soledad presente
es también la premonición de encontrarnos solos en el
futuro.





(Fuente: Caína bella blog)

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