El tigre
El bostezo, el paseo circular,
el prisionero, la majestad, como la más implacable de las formas. Diríase que combina en su derrota la reflexión de la mente con la mirada de sus antecesores, pero contemplándolo nuestra curiosidad es una derrota mayor porque no somos lo que aquéllos vieron, los excéntricos solitarios y duros lanzados por visiones a completar entre las fieras un mensaje: Jeremías y el tigre, Elías y el tigre, Amos y el tigre, los comprometidos a dar con el seno de las cosas. Es que hace siglos firmamos una improbable paz, la selva fue arrasada, hecha yermo, y ya no precisamos del tigre; y el hedor de su carne, el agua turbia, el brillo mustio de la piel, aceleran su decepción, aceleran su decepción, su muerte, en tanto se pregunta, nos pregunta, qué será de nosotros que aceptamos depender de una verdad y no adivinamos en su jaula, permanentemente, al Hombre colgado de las rejas. Nos duele, en el parque la inquietud de los mirones es desigual, hay quien se disculpa por su pasiva ceguera, quien se ofende con el tigre por haber sido cruel, quien se olvida yendo tras el grito amistoso de los monos. De: La penitencia y el mérito |
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