viernes, 16 de noviembre de 2018

Hermann Broch (Austria, 1886 - EEUU, 1951)


Mi padre descubrió que su destino consistía
en vivir a plenitud tantas vidas
como le fuera posible. Pensó en construirse
un iglú para ver a través de la noche islandesa
y después pactar con esa noche recitando estrofas
de canciones en medio de un coro de cowboys.
Pero como un apache. Antes de que le tapien
la boca con greda. Era mejor que resignarse a pedir
otra cerveza con el acervo de quien sabe que, finalmente,
lo real sería volver como "un huésped de su propia vida"*.

La idea que concierne a mi padre debió
estar al principio del libro. Tiene misterio.
Y nos sugiere la presencia de un legado
infatuando la oscuridad del hilo narrativo.
La gente prefiere esas historias: se puede espiar por
sus fisuras y vislumbrar la confusión del gentío
al rodear al héroe que olvidó cumplir la misión
después de doblegar al enemigo.
Los best sellers terminan así.

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