El desterrado
El cuerpo envuelto en un gabán azul, muy
ancho;
la corbata cuidada, y alborotado el pelo por el viento
de tarde, pasea el hombre solo, por una gris ciudad,
hurgando en sus bolsillos cigarrillos rubios y cerillas malas.
Se sienta en los cafés, y bebe mucho; acaso lee
un periódico sin ganas, mientras mira y le rondan ideas,
casi siempre extrañas. Habla, quizá, con alguien, un momento,
pero semeja ausente la sonrisa forzada. Se va deprisa,
y caminando, llega a tabernas o clubs de peor laya,
donde de nuevo bebe, y entre una torpe música, un instante
le embriaga una piel inmadura, que la vista descansa.
(Dulce cuerpo floral, incipiencia suave donde habita la gracia.)
Unas palabras luego. Y medio ocultas citas, ahora o mañana.
Entrada ya la noche, con demasiado alcohol y el humo del
tabaco
pegado entre las manos, abrirá la puerta de un piso frío,
vacilante, con libros y papeles en desorden y botellas gastadas.
y allí, tumbado en un sofá antes del sueño -escuchando las
violas
de Rameau en el aire -sentirá ese hombre solo brotar lágrimas.
Ha visto aproximarse al fin (hoy también) el Angel imposible
que le salva.
De su libro El viaje a Bizancio (1972 – 1974)
(Fuente: Poesía de El Toro de Barro)
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