domingo, 22 de noviembre de 2020

Catalina Espinoza (Santiago, Chile 1987)

 

 

Martes

 

Dice que barra desde afuera hacia dentro

para que vuelva como vuelve la mala suerte

acumulando tierra bajo los pies.

Prefiero dispersar el polvo por la casa

moverme al son de la música ennegrecida

resguardar este canto sobre ollas hirviendo.

Me explica que al piso de madera

también se le saca brillo:

pasas tanto el trapo que puedes sentir

la transpiración salir

del espacio entre la nariz y la boca.

Intento dejar todo bien limpio

pues sufrimos, pero nos sobra cloro

y con eso alcanza para toda la semana.

 

No nos ponemos de acuerdo

somos dos acribilladas en la misma cocina.

Sus manos llenas de hendiduras

predicen mi futuro, entonces ella debiese

ser una carta del tarot

pero sólo sabe de encierro, gas y parafina.

Dice, que somos dueñas de esta casa

y parece su lengua condenada a la sentencia,

mientras tanto remojo

más que mi cuerpo en agua con sal.

 

 

Miércoles

 

La familia repara en lo podrido:

primero fueron las cestas de fruta

ennegrecidas sobre el comedor

luego los gorgojos en las legumbres

y la carne agusanada de los niños.

No hay como disolver la pestilencia

pues los hombres se han dormido

y las mujeres jóvenes

huelen el cuerpo de los sobrevivientes.

 

 

Sábado

 

Nunca tuvimos cuerda para colgar la ropa

pero el de aquí hasta allá del patio

permitió que nos extendiéramos

sobre el vacío de los maceteros

estirando los brazos y las piernas

después del lavado.

Secarnos bajo el sol junto a los paños de cocina

era buen ejercicio matutino

y de vez en cuando estilábamos por la casa

al ritmo de disparos o bengalas

derrumbando el silencio del pasaje.

Nuestra calle era nuestro precipicio

un canal adherido a la cicatriz

hedionda de la infancia:

Cinco de Abril hasta el hartazgo

de monumentos y fantasmas.

Nunca tuvimos cuerda para colgar la ropa

ni ropa para ser colgada.

Mirar la lavadora y meter la mano

como quien pierde con el agua:

todo o nadar

y preferimos nadar

cambiando el curso de la calle.

El agua sucia inundando las esquinas

mientras sonaba música de fondo:

la sinfonía sabática

con olor a detergente y a desuso

el breve encanto de la balada

arrullando este desastre.

 

duélanse conmigo en este arrullo de niña.

 

 

(Fuente: La parada poética)


 


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