lunes, 23 de noviembre de 2020

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / Reside en San Juan)

 

 

Mi vieja
fue invitada
a engordar líneas
en la Juventud Peronista
del Distrito Ezeiza.
 
El Ale Granados
le debía varias
y mandó a uno
de sus panzones alcahuetes
con la esquela
dibujada con laureles.
 
Ella incitaba
a las masas,
convencía zurdos
ponía lo suyo
contra la sinarquía internacional,
calzaba botas de potro,
agarraba el megáfono,
cantaba la marchita,
iba al Tigre en el catamarán,
invitaba a las viejas
del barrio
a tomar tazones de té,
pan viejo remojado,
y café instantáneo.
Por ahí, un sábado lluvioso,
comían un pollito asado
y recordaban a sus maridos,
hijos y nietos.
Y de paso,
dándole de comer a la perra,
como escrutando a los gnomos
que volaban,
refregaba
el libro rojo de Perón,
repartía fotos de Evita
con el cabello suelto,
cambiaba a pataditas
alguna urna dudosa
por mil votos,
mezclaba una cosa
con otra,
y siempre era bienvenida.
 
En el pueblo
todos la recuerdan
por el ímpetu,
la palabra recta
y los pies en tierra,
por el entusiasmo
pechador
de quienes
parecen ingenuos
pero no lo son.
 
Pero la deuda,
si quieren saberlo,
no se saldó.
El Gordo
seguía las matufias
de su padre,
los chanchullos impetrados,
los que hizo y deshizo
en las Piletas Olímpicas,
abrazo campeón
con encorbatados compadres
del Ministerio de Bienestar Social
esos que les lloraban las caras
de honestos,
de sellos truchos
y biromes doble aguja.
 
Ella se negó.
Quería gas, pavimento,
veredas para no ahogarse
en el barro
cuando las lluvias,
bolsas de ayuda cotidiana
para los jubilados de la mínima
y para viejitos
que no veían un mango,
forasteros conspicuos
de todo jubileo.
El Alejandro gambeteó,
puso la primera
y se quedó
con un cuadro militante menos.
Hasta Ruckauf
llegó a escribirle
a mi vieja.
Por sus pedidos siempre
postergados y la necesidades vecinales.
Claro, digo, la secretaria,
de taquito y punta,
respondía "ya va, ya va."
Él pasaba la mayor parte
de su administrada inutilidad,
gozando la mansión de su hija,
en los Estados Paridos del Norte,
en Miami,
sobre la Autopista 78.
 
Morder la calle,
como dicen,
no era su fuerte.
 
 

- Inédito -

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