viernes, 24 de mayo de 2019

Javier Martín Gil (España, 1981)


Hospital de día


¿Toda la arena de esta playa quiere llenar mi boca?
Héctor Viel Temperley

el desierto es mi pastor todo me falta
Mario Montabetti

extraña paz la de este lugar de muerte,
extraña luz y extraño olor
que inunda la sala y los pasillos
y llega limpio a mí, hasta mis ojos,
y me anega y me inunda y me somete,
porque el tamaño del sueño y de la prisa
tiene una nueva textura aquí, una textura extraña,
en este lugar,
en este lugar de vida
y muerte,
una textura blanca y lisa.

aquí nada me falta, todo me falta,
tengo
un asiento cómodo y una vía,
una pantalla enfrente
y una gasa con una pequeña gota de sangre
-NADA ME FALTA TODO ME FALTA-
en este desierto blanco, extraño de luz,
limpio de paz y terso;
y yo floto y nada me falta
-todo me falta-,

llega la enfermera, calibra el aparato,
que deja de pitar,
y vuelve la paz, y vuelve,
y todo se anega, y me somete el sueño,
y mis párpados pesan y pesan y pesan,
y mi boca se anega de arena y gasas,
y mis párpados pesan,
todo se ha parado, todo está en el aire,
aquí, en este lugar de vida
y muerte,
todo se ha detenido,
y yo respiro y en cierta manera
no
quiero
salir
de
aquí.




Los poemas de la morgue


II

El mito de la mujer esperando
incansablemente,
sintiendo la espera como algo más que un ritual de la vida,
como la vida misma,
tiene poco que ver con roles asumidos
y sí con la naturaleza intrínseca del hombre.

El hombre hilando, tejiendo incansablemente,
acumulando puntadas,
metros de hilo y horas,
haciendo un inmenso tapiz
definiría perfectamente mi labor.

Durante años y años me dediqué
a la espera y la contemplación.
Mi afición era camuflarme,
ladrillo en la ciudad,
matorral en la selva,
para poder esperar pacientemente,
incansablemente.

Nunca supe bien qué esperaba,
de quién, cuándo, cómo, por qué,
por quién seguir siempre en mi sitio.
Solo podía esperar.

Nunca supe cuándo, cómo, por qué
aparecí de pronto en esta morgue.

A todos, hasta a los muy pacientes,
nos llega la hora,
pero los ladrillos, los matorrales
y los tapices, de alguna manera,
nunca mueren.


(Fuente: Vallejo & Co.)

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