jueves, 8 de septiembre de 2016

Michel Houellebecq


Cae la tarde, portadora de paz y de amargura;
La sangre late en las venas al ritmo aletargado
De fin de la jornada; los cuerpos están embrutecidos,
Mañana por la mañana el cielo se cubrirá de bruma.

Un aire calmo y cobrizo circula entre los cuerpos
Que se embadurnan en aceite y sonríen a la muerte,
Programados en sus genes y en sus costumbres,
Una cometa vacila; ebria de soledad.

Se paraliza la tarde, la cometa cae;
El niño está ante ella, contemplando la tumba
Entre las varillas rotas, los restos de la vela,
En la perfecta indiferencia de la naturaleza.

El niño mira fijamente al suelo y su alma se depura;
Haría falta un gran viento que disperse la arena,
El redundante océano, el aceite y las carnes miserables;
Haría falta un viento fuerte, un viento inexorable.

*

Por toda compañía tengo un contador eléctrico,
Cada veinte minutos emite unos ruidos secos
Y su funcionamiento preciso y mecánico
Me consuela un poquito de mis recientes fracasos.

En mis primeros años tenía yo un  dictáfono
Y me gustaba repetir con una voz irónica
Poemas conmovedores, sensibles y narcisistas
Al corazón tranquilizador de sus dos micrófonos.

Adolescente ingenuo, sabiendo poco del mundo,
Me gustaba rodearme de máquinas perfectas
Cuyo modo de empleo, lleno de frases profundas,
Tornaba mi corazón contento, mi vida rica y completa.

Nunca la compañía de un ser humanoide
Había turbado mis noches: todo iba mejor que bien
Y yo me organizaba la vida de un pequeño viejo
Pensativo y dulce, amable pero muy lúcido.

*

Tengo que echarme
Y dormir un poco,
Tendría que intentar
Limpiarme los ojos.

Dígame quién soy
Y míreme a los ojos
¿Es usted mi amiga?
¿Me hará usted feliz?

La noche no ha acabado
Y la noche está ardiendo
¿Dónde está el paraíso?
¿Dónde se han metido los dioses?

*



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