martes, 6 de septiembre de 2016

Julian Barnes

Nada que temer


«Siendo adolescente, encorvado sobre un libro o revista en el cuarto de baño, solía decirme a mí mismo que Dios no podía existir porque la idea de que pudiera estar observándome mientras me masturbaba era absurda; era más absurda aún la de que todos mis antepasados difuntos estuviesen colocados en fila y también mirando. Tenía además otros argumentos racionales, pero lo que acabó con El fue aquella sensación poderosamente persuasiva; una sensación asimismo interesada, por supuesto. La idea de que el abuelo y la abuela observaran lo que me traía entre manos me habría causado una seria zozobra.
Al recordar esto, sin embargo, me pregunto por qué no pensé en más posibilidades. ¿Por qué presupuse que Dios, si estaba mirando, desaprobaba forzosamente que yo vertiese mi semen? ¿Por qué no se me ocurrió pensar que si el cielo no se desplomaba al presenciar mi ferviente e inagotable actividad, quizá fuera porque el cielo no la consideraba un pecado? Tampoco se me ocurrió imaginar que mis antepasados sonriesen al observar mis acciones: adelante, hijo, disfrútalo mientras lo tengas, no podrás hacer eso cuando seas un espíritu incorpóreo, así que hazte otra por nosotros».

No hay comentarios:

Publicar un comentario