Insinuaciones
No creo que deba mostrarme en público
más abajo de los hombros.
Hasta el nacimiento del cuello estoy vendado.
Ninguna herida seria he recibido todavía,
aunque espero recibirlas.
Un resplandor oblicuo me recuerda las lanzas de hierro.
Mi barriga se estremece, el bajo vientre se contrae.
Una venda aplicada de antemano no sirve para nada.
Durante la noche, mientras la paralizada víctima duerme,
misteriosamente la herida se produce sin que la venda
haya sido traspasada.
Y entonces deben admitir: ¡oh sí!, tenía razón,
al parecer, sus ansiedades no carecían de fundamento.
Moviendo los ojos por encima de la pálida sábana, trata
de hablar:
sus ojos, apesadumbrados, son dos rimas gastadas,
dos estribillos lamentables sobre un tema épico...
Tiendo la mano para tomar el anotador blanco:
¡Volverán!
¡Volverán y no estaré preparado!
¡Oh sí!, yo sé que junto al velador encendido quedarán
calcinadas
las píldoras curalotodo, semejantes a pedazos de un
conejo de porcelana
en la botella que lleva un rótulo puesto por el médico:
imperecedero.
Pero también observé el guiño cómplice y la mueca burlona
mientras escuchaba, a través del estetoscopio, el estruendo
de la muerte
en mis venas...
Sola, después de medianoche, en una casa barroca,
una poetisa de edad madura, soltera,
y pasada de moda hace veinte años,
enloquecía entre los restos del cacareo romántico.
Llevando su conocida caparazón a cuestas, la botella
y el anotador,
bajó las escaleras y se sentó a esperar ansiosamente
como una solterona, el llamado de un visitante que no llega.
Su soledad habría sido menor
si ella no hubiese colocado la botella de vino un escalón
más abajo
antes de morir...
Debajo de la alta y eterna oscuridad sonora
la ramera Du Barry,
la hombruna mujer de Arc,
el cura en llamas, el ardido Savonarola,
toda la cohorte herética vociferante exclamó
o murmuró detrás de la máscara de hierro del silencio:
¡Espera! ¡Espera!
El azul es un pedazo de papel muy delicado.
En el invierno de las ciudades, Ediciones De la Flor, Buenos Aires, 1968
Traducción de Juan José Hernández y Eduardo Paz Leston
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Foto: Tennessee Williams, 1966 Jack Mitchell / Vanity Fair / Getty Images
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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