lunes, 29 de julio de 2024

Rosamel del Valle (Curacaví, 1901-Santiago de Chile, 1965)

 

el viajero y sus raíces









Cuerpo de cuerdas errantes en una invasión destruida
Al que suman árboles y océanos cargados de eclipses.
Mi pensamiento vive en ellos y duerme mientras huyen los arcos de fuego
De las alondras perseguidas por el cielo que desciende.
Ciudad de interminable cantar a la mano que se corre en busca de las sábanas nocturnas
E interminable despertar en las zonas anticipadas del gran día próximo y líquido.

Hay un pensamiento reflejado en la línea que se rompe desde un punto
Donde la angustia enciende lámparas movibles, agitadas
Hasta el dolor del pecho y de los ojos, hasta el frío de los dedos y de las uñas
En fuga transparente y despiadada.

Bella existencia de un espacio de azufre con soles de otoño.
Viene con pulso de cuerda lejana y perdida en los alambres del aire
A mi siga, revoloteando, extendida, con pies cerrados y ágiles.
A su lado descansan los lechos sin luces y preparados para el próximo cuerpo
Que es el de una gran imagen sin luces y preparados para el próximo cuerpo
Porque la angustia líquida tiñe de rojo el espacio que hay entre una mano
Y un árbol de frente asesinada.
¡Despertar de un día sin nombre, de un día sin aire, sin sol, sin salida!

Oh, vaga esencia de un mundo reducido a crueles sueños
En oposición con mis lejanos fuegos artificiales extinguidos o en viaje,
Contraria a la conducta de las cosas resplandecientes que me observan,
A la espera del ruido que rompa las murallas de sienes en suspenso.
Magnífica selva de verdes agujas ruidosas que se corren
En transparencia de vidrios nocturnos.
¿Por qué cerrarse de pronto cuando el espacio se enfría y el agua no alumbra?
¿Por qué llamar cuando la sombra sale de los ojos ahogados?
¿Por qué llamar? ¿Por qué aparecer?
Consumida y exacta permanencia en puntillas, refugiado
En abismos de flora espectral, en raíces arrastradas desde lo negro
Del corazón, centinela brillante que vigila los días.
Hay una memoria que se aleja vestida de escamas temblorosas,
Su mansión se derrumba al par de los cielos cruzados de nubes en el agua.
Nada hay próximo a este grito perdido que abre ventanas en los desiertos,
Ni el ruido de su desaparecer deja algún aire de cierta edad detrás de su sombra,
Ni intervienen las lenguas de los océanos construidos por su magia quemante,
Ni el mundo todo, en fin, que vive todavía de sus raíces cargadas de música.

Oh, sombra herida de angustia universal, infinito aire que viene.

Con qué ruido se rompen mis espejos, mis lenguas, mis anillos de contacto
Al través del sol que se olvida de sus muertos.
Con qué calor se defiende la antigua esperanza de escamas negras y dedos azules,
Húmeda aun de la sangre de amargos alcoholes en que huía siempre, siempre,
Pero sin olvidar de la cáscara adherida al brillante fango mágico
De su muerte lenta, apacible, inútil, desesperada, segura.

Ahora qué lejos, mariposas de patas azules, peces de oro, insectos de alambre,
Imágenes hechas de imagen y semejanza de la nada y de la muerte.

El corazón abre sus puertas y el mundo entra de visita y conversa y sangra
Sus imágenes, en palabras, en dolores, en heridas.
Por su boca la existencia sale en una larga humareda de cristales,
En un ruido de nidos organizados para la defensa de los árboles.
Magnífica presencia de un Todo sumado a un aire de cielo humano,
Despertar de una segunda adolescencia entre los agitados espacios terrestres
Con el pecho en hierro y los puños en dulce crueldad de angustia que se rompe
Brillante galope de arenas levantadas, de raíces en camino, de aguas en danza.

Rostros nuevos, brazos amigos, pechos sin cadáveres
Nada más para la muerte oh, paciencia de oro, presencia de arterias deslumbrantes,
Nada más para las cárceles de sueño en barrotes de muerte derramada.
Adiós a las colecciones de islas de lejano incendio verde con la luna en lo alto,
Adiós a los océanos adheridos a las formas del corazón solitario en su huevo de cristal,
Adiós al hombre caído en las habitaciones cerradas a llave del sueño que despierta siempre
y que siempre
huye detrás de sí mismo enredado en su piel.

Negras cruces borran los dormitorios de los fantasmas nocturnos
Que se dan la mano en una ronda de signos profundos, herméticos, duros,
Signos de piedras extrañas con cierta significación para las lenguas apagadas,
A pesar del aire que mueve tus dedos y que es un extraño aire todavía
Y a pesar del oro que duerme en tu cabeza solitaria y sin nidos.

Dejadme salir, dejadme salir aire de piel tensa y obscura, dejadme salir
Ojo incorporado de las piedras, de las raíces, de las aguas turbias, dejadme salir
Paisaje brillante, incendiado de jóvenes o viejos vientos de asfixiante cabellera, dejadme salir
Pecho de canales sangrientos con barcas de juncos ebrios y dalias desnudas, dejadme salir
Corazón cerrado, angustia puerta de vidrio, dejadme salir
Estómago de buque balanceado y torcido por olas negras, dejadme salir
Estatua viva de mis tesoros vitales, cascada de arroz caliente, amada selva del trueno,
dejadme salir
Piernas temblorosas y acariciadoras que me acompañan en secreto, dejadme salir
Pies taciturnos, teñidos de césped, de inviernos muertos, de orines obscuros, dejadme salir
Dejadme salir, radiante cuerpo dormido y cubierto de peces de fuego,
Dejadme salir, dejadme salir.

*** 

(Fuente: La comparecencia infinita)

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