viernes, 26 de julio de 2024

Víctor Velázquez (Cuba)

 

El mismo cielo y la Tierra de Nadie (I):

 

I
En el sueño volamos en avión sobre Groenlandia, y le dimos la vuelta a la Tierra. Vimos cabezas clavadas en estacas, una multitud en desbandada, unos niños con gafas de sol saliendo de un estadio, un ahorcado azul, la torre del reloj, la niebla de Poe. Fragmentos de la pesadilla de Dios.
Vimos la bandera conversar con lo invisible. La ciudad gigante, sin alegría, como un centro penitenciario por donde se arrastran en bucle, cansados en mí, los genes del abuelo.
El agua detenida de una fuente de mármol que dice la inmortalidad.
Parques a los que en otro tiempo pertenecimos, zonas de amable sombra entre el sueño, la vigilia, el deseo. Golfos de clorofila, cloroformo, sosiego de las palabras, inmortalidad y caos.
 
II
Nadie quiere la degeneración y la muerte. Sobre todo porque, más allá del dolor, la degeneración y la muerte son procesos esencialmente antiestéticos.
De ahí que en esta mañana de sol las vidrieras de Tlalmanalco se dediquen al negocio de la inmortalidad: cremas antiedad, cápsulas revigorizantes, máscaras antiarrugas, bebedizos rehidratantes anticualquiercosa que conceden turgencia a la carne apolillada de los viejos, suplementos vitamínicos con oligoelementos, hierro, cobre, zinc para los huesos. Y más hierro para devolver a la médula del esternón su veracidad de remolacha y cartílago. Colirios para revertir la presbicia, lentes contra el daltonismo y las cataratas, gotas florales contra el mal dormir, el mal de ojo, el mal de orín, el mal de corazón, el cáncer. Gorras que revierten la calvicie, zapatos con tacón oculto para aupar enanos. Y cuando los rellenos no bastan, está la lencería con nalgas y tetas de silicona, y píldoras para desear, y polvos, inyecciones, grajeas y la madre liofilizada de los tomates.
 
Las palabras en los frascos seducen, cursivas y ágiles como amorosos caballos que trotan al atardecer, son como un susurro, acompañadas de imágenes retocadas de la piel de seda que anhelamos todos, el pelo añorado que mejor te va, los ojos de turista de la muñeca rusa y las uñas refulgentes de nuestros sueños. Se trata, amor mío, del cielo mismo que nos mira desde todas las vidrieras del mundo como los ojos de diablo de un nazareno de botox.
 
III
Fuera de la clínica "El Paraíso", se anuncian tratamientos de rejuvenecimiento vaginal (se remangan los labios con escalpelo láser, tonsuras en el monte de Venus estilo bigotito hitleriano, cauterización con CO2 de várices internas, remiendos de himen). Uno lee eso y no puede menos que imaginarse la vagina de Frankenstein, rígida, cicatrizal, regresada a la vida luego del espasmo eléctrico del vibrador, ¡it's alive!
 
Porque nadie quiere envejecer y morir, y todos (tal vez con la excepción de Borges, quien dulcemente prefería el olvido) la belleza y la inmortalidad.
Todos los medicamentos se reducen al consumo de una sola engañosa píldora repartida en todas las vidrieras, la confitura de la vida eterna, un sindenafil en ungüento para los ancianos con gastritis, una suerte de panacea universal que nos absuelva de una vez y por todas de los modernos pecados de la flojera y la edad.
¿Dónde anda Dios?
¿Cuándo volverá?
En la iglesia de los Santos de los Últimos Días, detrás de la súplica de rigor se escucha la siguiente instrucción: "Padrecito, hazme joven, hazme bella, ardiente y eterna como un vampiro".
 
 
Puede ser arte de secador de pelo

 

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