XIV
Aunque ya sabes que nunca se vuelve, vuelve a casa,
acepta la pequeña mentira como un guiño,
antes de que el invierno te sorprenda
bajo un árbol de ramas despojadas:
acá se acaba el bosque,
el que creció en tus sueños
aun antes de que tus manos rozaran la corteza:
la llanura que se extiende ante tus ojos
como un mar envuelto en luminosa niebla
no tiene por qué ser el desemparo
que se abraza a tus huesos:
todo ha sido un juego de niños,
donde las reglas eran
inocentes trampas consentidas.
XIX
De todos modos, creer para crecer y crear:
ya distinguimos los chingolos de los gorriones
y sabemos que el pasaje Bollini sólo dura dos cuadras,
pero, aún así, nos acompaña.
Truena sordamente, como si desde arriba nos hablaran,
y aunque es confuso entender lo que nos dicen
-siempre es confuso lo que los de arriba nos dicen-,
¿alcanzaremos a ver tanta belleza desde alguna ventana?
¿hay una puerta para entrar al mundo?
¿un balbuceo?
¿una palabra?
No sé:
perdí el papel donde tenía la dirección exacta.
En "Sol de noche", 2008, Cuando solo la muerte es pasajera, obra reunida, Editorial Entropía, Buenos Aires, 2013
(Fuente: Otra iglesia es imposible)
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