PARA
TERMINAR CON EL JUICIO DE DIOS
Ayer
me enteré,
(se puede creer, o tal vez sólo
es
un rumor falso, que me detengo en uno de
esos
sucios chismes que circulan entre
fregaderos
y letrinas cuando se tiran las
comidas
que una vez más han sido engullidas,)
ayer
me enteré
de
una de las prácticas oficiales más impresionantes de las escuelas
públicas
americanas y que sin duda hacen que ese
país
se crea a la cabeza del progreso.
Parece
que entre los exámenes o pruebas que debe soportar
un
niño que entra por primera vez a una escuela
pública,
se verifica la llamada prueba del líquido seminal
o
del esperma
que
consistiría en pedirle al pequeño recién llegado un poco
de
su esperma para introducirlo en un frasco
y
conservarlo así preparado para cualquier tentativa de fecundación
artificial
que pudiera llevarse a cabo en el futuro.
Pues
los americanos descubren día a día
que
carecen de brazos y de niños
es
decir no de obreros
sino
de soldados
y
quieren a toda costa y por todos los
medios
posibles hacer y fabricar soldados
con
vistas a las guerras planetarias
que
ulteriormente pudieran acaecer
y
que estarían destinadas a mostrar por las
virtudes
aplastantes de la fuerza
la
excelencia de los productos americanos y
de
los frutos del sudor americano en todos
los
campos de la actividad y del dinamismo
posible
de la fuerza.
Porque
hay que producir, hay que, por todos
los
medios de la actividad viable, reemplazar
la
naturaleza dondequiera que pueda ser reemplazada,
hay
que encontrar un campo mayor para
la
inercia humana,
es
preciso que el obrero tenga de qué ocuparse,
es
preciso que se creen nuevos campos de actividad
donde
se alzará por fin el reino de todos
los
falsos productos fabricados,
de
todos los innobles sucedáneos sintéticos,
donde
la hermosa, la legítima naturaleza no tendrá
nada
qué hacer,
y
deberá ceder su lugar de una vez por todas y vergonzosamente
a
los triunfales productos de la
sustitución,
allí,
el esperma de todas las usinas de fecundación
artificial
hará
maravillas para producir armadas y acorazados.
No
más frutas, no más árboles, no más plantas
farmacéuticas
o no y en consecuencia
no
más alimentos,
sino
productos de la síntesis a saciedad...
sino
productos de síntesis, a saciedad,
en
los vapores,
en
los humores especiales de la atmósfera,
en
los ejes particulares de las atmósferas
arrebatadas
a la potencia de una naturaleza
que
de la guerra sólo conoció
el
miedo.
Y
viva la guerra, ¿no es cierto?
Porque,
fue así, ¿verdad?, que los americanos prepararon
y
preparan la guerra paso a paso.
Para
defender esta fabricación
insensata
de las competencias que
surgirían
de inmediato en todas
partes,
se
necesitan soldados, armadas, aviones,
acorazados.
Parecería
que
por esta razón los gobiernos
de
América tuvieron el desparpajo de pensar en ese esperma.
Puesto
que, nosotros, los nacidos
capitalistas,
tenemos más de un enemigo
que
nos vigila, hijo mío,
y
entre esos enemigos,
la
Rusia de Stalin
que
tampoco carece de brazos armados.
Todo
eso está muy bien,
pero
yo no sabía que los americanos fueran un pueblo
tan
guerrero.
Cuando
se combate se reciben heridas
vi
a muchos americanos en
la
guerra pero siempre tenían delante de
ellos
inconmensurables armadas de tanques,
de
aviones, de acorazados que les servían como
escudo.
Vi
pelear a las máquinas
y
sólo divisé muy atrás, en el infinito, a los
hombres
que las conducían.
Frente
al pueblo que hace comer a sus
caballos,
a sus bueyes y a sus asnos las últi-
mas
toneladas de morfina legítima que poseen
para
reemplazarla por sucedáneos de
humo,
prefiero
al pueblo que come a ras de la tierra
el
delirio de donde nació,
hablo
de los Tarahumaras que comen el Peyote
a
ras del suelo mientras nace
y
que mata al sol para instalar el reino
de
la noche negra,
que
desintegra la cruz para que los espacios
del
espacio no puedan encontrarse y cruzarse
nunca
más.
Van
a escuchar ahora la danza
del
TUTUGURI.