miércoles, 21 de diciembre de 2016

Gerardo Deniz


Navidades 

Oí pisadas presurosas,
exclamaciones, revoloteos. Me acerqué a la puerta y atendí un rato
con los ojos muy abiertos. Un santiclós se ha trabado de mal modo
en la chimenea
entre el tercer y el cuarto piso, desde esta madrugada,
o por ventura entre el segundo y el tercero.
Sus gritos ahogados llegan hasta la azotea.
Le bajaron un poco de pavo frío con un hilo
para que espere mejor el rescate; mas la apretazón no le deja tragar bien
y regurgita sin cesar: la casa se estremece. Ahora es cuestión
de cómo darle el relleno y sobre todo
algo de beber, una cuba siquiera.
El vecino del tercero, bienaventurado,
metiendo tubo arriba el brazo con las pinzas doradas, a ciegas entre
el hollín,
cuenta que le pellizcó el escroto y tiró de él otro palmo hacia abajo,
dejándolo quizá peor. Hacen descender la cuerda
sin propósito preciso; vuelve con un juguete:
¿intento de soborno, tal vez?
Me asomo a la ventana. Son tantos en la calle quienes miran hacia acá
(y con tales caras de fastidio)
que retrocedo, a disgusto.
A lo alto la voz llega menos y sólo repite cosas ya muy dichas:
“amuá”, por ejemplo, pues es un papanoel, asegura el periódico.
De nuevo vibran pasos fuertes sobre mi techo.
No tengo chimenea, por fortuna, mas detrás de la pared
escucho cómo bajan ahora un pulpo vivo.
Vuelve con el rojo gorro adherido a las ventosas.
Al otro día lo contaba yo con susto en la editorial:
al parecer era imposible extraer el cadáver
y en los pisos interiores no sabían por dónde comenzar,
pues se les llenaría la casa de humo si encendían
para amojamarlo
-y al mes siguiente hace, aquí en México, gran frío.
Cómo explicarles, además, a los pequeños.

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